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Zulema, de niña esclava a princesa

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 Segundocapítulo de: Zulema, lágrimas de una niña mora.

La muchacha más bonita del pueblo blanco de Grazalema, a pesar de haber sido bautizada como Beatriz, para todos los grazalemeños seguía siendo Zulema la mora o simplemente la mora. A ella le llenaba de orgullo que la llamasen por su verdadero nombre, aunque fuera con desprecio. Ante los cadáveres ensangrentados, mutilados y decapitados de sus padres y de su fiel esclava negra Nahina juró con todas sus fuerzas de niña que jamás perdonaría ni olvidaría a los crueles asesinos cristianos. 


La habían arrancado de los brazos de su padre que, ya muerto y decapitado, la seguía sujetando con una fuerza inusitada, en un desesperado intento de proteger lo que más quería, su adorada niña Zulema. Ella se aferraba aterrorizada a las ropas ensangrentadas de su padre profiriendo unos chillidos desgarradores. Creía que también la iban a matar o con suerte sólo la violarían, pero su destino no era ni una cosa ni la otra. Cuando por fin consiguieron despegarla del cadáver de Musarraf, su pequeño cuerpo estaba tan empapado de la sangre de su padre que a los soldados cristianos se les quitaron las ganas de violarla y se la entregaron al fraile que les acompañaba en la reconquista. Con su propia sangre, no con sus brazos de padre,  Musarraf  había conseguido protegerla de una muerte segura. 

No le fue fácil al fraile retenerla. Zulema le mordió en una mano, le dió patadas, le arañó la calva, le escupió en los ojos, le mesó la barba, le desgarró el hábito, le arrancó la cruz, le maldijo en su lengua materna, pero por suerte aquella niña tan menuda, tan poca cosa, tan llena de fiereza, le cayó en gracia al religioso y tras conseguir atarla de pies y manos se la llevó arrastrándola por el suelo con una cuerda y se la entregó como botín de guerra a su prima, la que sería desde aquel momento su nueva ama cristiana, que acompañaba a su marido en la campaña militar contra los sarracenos del sur.

Zulema llevaba el recuerdo de aquellas espantosas vivencias  tan incrustado en el alma que tras once largos años seguía sin poder esbozar una simple sonrisa. Andaba siempre cabizbaja, sola, triste, melancólica, con sus ojos moros de azabache mirando al suelo, siempre al suelo, sin atreverse nunca a levantar la vista, como si hacerlo significase traicionar el doloroso recuerdo de su padre.

 Bellísima plaza blanca de Grazalema. 
(Recomiendo ampliar la foto con un doble clic).

En Grazalema había un muchacho moro de la misma edad que Zulema que estaba secretamente enamorado de ella desde hacía mucho tiempo. Se llamaba Taufik, Fernando para los cristianos. A pesar de vivir ambos en el mismo pueblo desde que nacieron diecinueve años atrás, ella no le conocía, pues nunca miraba a los hombres.

Tras liberarse de su propia esclavitud con las monedas de oro que le ayudó a encontrar el espíritu de Musarraf, Taufik acudió unos días después a la casa donde vivía Zulema. Le abrió la puerta el ama que acababa de enviudar tras una corta enfermedad de su marido y al ver que era un moro le habló con desprecio, pero Taufik no se inmutó. Sin levantar la voz le dijo que era un hombre libre y que estaba allí para comprar a Zulema. "Mi esclava no está en venta y menos para un sucio moro como tú", le contestó enfurecida ante tanto atrevimiento. Taufik no perdió la compostura, extendió la mano derecha ante la vieja cristiana y mostrándole dos grandes y relucientes monedas de oro le preguntó: "¿Serán suficientes estas monedas?. Aquella mujer abrió los ojos como platos, entre sorprendida y codiciosa, se le dulcificó la voz y le contestó: "Tendrán que ser tres monedas, mi esclava es virgen, muy trabajadora y limpia y me hace mucha falta". Taufik esperaba una respuesta como ésta. No se atrevió a regatear el precio por miedo a perder a Zulema. Con semblante serio sacó otra moneda y extendió de nuevo la mano abierta hacia la cristiana. A ella se le había puesto la cara muy roja y los ojos le chispeaban de codicia. Refunfuñando cogió las tres monedas, se las guardó entre sus ropas, se giró hacia el interior de la casa y gritó: "Beatriz, te acabo de vender. Sal y vete con tu nuevo amo". Al pronunciar la palabra "amo" lo hizo con un evidente tono despectivo, pero Taufik siguió sin inmutarse. Sus once años de esclavo le habían enseñado a callar. De la oscuridad de la estancia apareció temblorosa la muchacha que miró de soslayo a su nuevo amo y suspiró aliviada al comprobar que no era otro cristiano, sino un mozo fuerte y hermoso, tan moro como ella.

"Sígueme", le dijo Taufik y ambos se dirigieron hacia una casita blanca que él acababa de comprar para ella. Mientras le seguía a los preceptivos siete pasos de distancia, Zulema se fue preparando para lo que creía que Taufik haría con ella, es decir, violarla, pues ésto solían hacer los nuevos amos a las esclavas hermosas que compraban. "¡Padre mío, Madre mía, tata Nahina, ayudadme!", musitaba ella aterrorizada. El muchacho abrió la puerta de la casa, dió media vuelta y durante unos pocos segundos miró en silencio a aquel menudo ser que tanto amaba. Ella seguía a siete pasos de distancia, temblorosa y cabizbaja. Taufik hizo un gran esfuerzo para no llorar de felicidad, se tragó la saliva y le dijo: "Desde ahora eres libre. Ésta es tu casa. Me llamo Taufik, Fernando para los cristianos. Toma estas monedas de plata y cuando las acabes, dímelo y te daré más". Aquellas palabras sorprendieron a Zulema y le llegaron al corazón. "Es un hombre bueno, no me va a violar", pensó aliviada, mientras le brotaban grandes lágrimas de agradecimiento que Taufik no vio pues ella se cubría el rostro con el velo blanco."¿No las coges?", le preguntó Taufik con la mano extendida hacia ella, pero Zulema siguió inmóvil y en silencio. Entonces el muchacho se dio cuenta de los estertores de llanto de su amada, que ella intentaba disimular y no quiso violentarla más. Entró en la casa, dejó las monedas sobre una mesa y se dispuso a marcharse, pero al pasar al lado de Zulema le dijo con toda la dulzura de la que fue capaz: "No temas, yo jamás te haría una cosa así".

Brote nuevo de abeto de Ronda, Abies pinsapo, el árbol majestuoso de Zulema.

Unos pocos días después, cuando Zulema acudió a su querido bosque de abetos para saber qué hacían aquellos hombres allí, Taufik le pidió su mano con la hojita de hierba de terciopelo, como le había sugerido el espíritu de Musarraf hablándole en sueños. Ella comprendió que aquella era la voluntad de su padre y entonces, sólo entonces y por primera vez en once años, se atrevió a levantar la mirada del suelo para leer con sus grandes ojos de azabache los sentimientos de aquel muchacho que con tanta vehemencia le hablaba de su padre. Los emocionados, limpios y francos ojos negros de Taufik le hablaron a Zulema sin palabras desde lo más profundo de su alma y ella supo así que era noble y bueno y le aceptó como su futuro esposo.

Desde aquel día Zulema llevaba siempre consigo la reseca hojita de terciopelo de Taufik en una pequeña talega de tela blanca, ta‘líqa decía ella en su lengua materna, colgada de su cuello. Para ella aquella insignificante hoja era el mejor regalo de prometida que le había podido hacer aquel misterioso muchacho. Cada mañana se acercaba hasta el bosque donde Taufik y sus amigos moros construían un palacio para ella, junto al viejo abeto que albergada en su tronco el alma de Musarraf. Sólo ante ellos se atrevía a levantar la vista sin avergonzarse. No les hablaba, sólo les sonreía con dulzura, especialmente a Taufik y su bellísimo rostro de princesa mora irradiaba una extraña luz que les hacía estremecer, como si ante ellos estuviera la más hermosa de las reinas, su reina, la gran reina Zulema. 

Aturdidos ante tanta belleza, tanta dulzura, tanta dignidad, aquellos nobles muchachos, incluido Taufik, se postraban con veneración ante ella y pegaban su frente contra la hojarasca, mientras al unísono la saludaban como sólo se saluda a una reina: "Buenos días, Mi Señora. Aquí están vuestros siervos para serviros". Ella en su sencillez no conseguía acostumbrarse a aquel trato tan distinguido y con humildad agachaba ruborizada la cabeza e intentaba esconder bajo el velo blanco que cubría sus ondulados cabellos la amplia sonrisa que se dibujaba en su rostro y las dos lágrimas de felicidad, si, de felicidad por fin, que brotaban de sus negros ojos de azabache. Sin saber qué hacer y sin atreverse a hablarles, acababa dando una palmadita con sus manos, que ellos interpretaban como una orden de levantarse y seguir trabajando para ella, para su reina mora.

Zulema ignoraba que había sido su enamorado Taufik quien había pedido a sus amigos que la tratasen y la respetasen como a una reina. Cada madrugada nada más clarear al alba Taufik subía al monte a buscar un ramo de flores silvestres para su amada. Aquella fresca mañana de mayo en un claro de un bosque encontró unas matas de una hierba con grandes y extrañas flores rojas que se le antojaron muy bonitas, dignas de Zulema y se llevó un gran ramo a la choza donde vivía desde que había dejado de ser un esclavo. Allí llenó de agua un hermoso jarrón azul, metió dentro las flores y emprendió el camino hacia el bosque de abetos donde sus amigos libertos se afanaban levantando las paredes del palacio. Tras saludarles con afecto colocó el jarrón de flores a los pies del viejo abeto y se alejó unos metros para comprobar que se veía bonito. Luego esperó con ansia a Zulema sentado sobre unas rocas. Cuando al rato la vio acercarse toda vestida de blanco con su ligero paso de gacela no pudo evitar emocionarse y, como le había ocurrido la primera vez que ella acudió al bosque, de sus negros ojos moros brotaron dos grandes lágrimas. La quería más que a su vida. 

Scrophularia sambucifolia, llamada hierba vaquera o escrofularia de hojas de saúco, que sorprende por el gran tamaño de sus flores, fotografiada en un claro de un bosque de Grazalema.

"Eh, que está llegando", les dijo a los albañiles y todos dejaron rápidamente lo que estaban haciendo y se prepararon para recibirla. Cuando la cabecita de Zulema apareció tras unas rocas, ellos esperaron a que les regalase la dulce sonrisa de cada dia, tras lo cual la saludaron con todo el respeto y cariño, se postraron a sus pies de reina y así permanecieron hasta que ella divertida y agradecida dio una palmadita para decirles sin palabras que continuasen con su trabajo. Luego se dirigió hacia su viejo abeto, contempló unos segundos el jarrón de flores rojas de Taufik, las acarició con delicadeza, lanzó una mirada llena de ternura a su enamorado y se sentó a los pies del centenario árbol apoyándose contra su tronco. Cerró los ojos y se dispuso a sentir de nuevo en sueños el dulce abrazo de su amado padre, su olor de hombre, su aliento de hierbabuena, el calor de su cuerpo, la fuerza de sus brazos que apretaban sin hacer daño, las palabras bonitas que Musarraf le susurraba al oído y de nuevo soñó que era una niña inocente y feliz, paseando en brazos de su padre por los inmensos bosques de abetos que rodean el hermoso pueblo blanco que lleva su nombre.

Y así cada día se repetía el mismo ritual mientras las paredes del palacio se iban elevando sobre unos sólidos cimientos de roca caliza.

Inflorescencias masculinas del abeto de Ronda, endémico de Andalucía.

Siguiente capítulo--->Zulema, dulce como su tata Nahina



Zulema, dulce como su tata Nahina

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(Tercer capítulo del Relato de Zulema).

Primer capítulo:
Zulema, lágrimas de una niña mora.
Segundo capítulo:
Zulema, de niña esclava a princesa.

El cariño casi cándido de adolescente enamorado, la sensibilidad llena de ternura y el respeto tan exquisito que Taufik le había demostrado habían conseguido devolver la dignidad y la alegría de vivir a Zulema. Ya no caminaba cabizbaja, como encogida, mústia, triste, con el alma en pena, escondiendo su hermoso rostro y sus dulces ojos llenos de embrujo con un velo blanco, siempre sujeto con una mano a la altura de la boca para asegurarse de cubrir lo más bonito de su ser.


Ahora era una joven orgullosa de si misma y de sus orígenes que caminaba mirando al frente, erguida, digna, sin miedo, sin avergonzarse de lo que era, una mora de piel oscura como su abuela africana, casi tan morena como su tata Nahina, la vieja esclava sudanesa alta y esbelta de la etnia dinka, tan querida y respetada por Musarraf y Habiba que más que una esclava era como una abuela, un miembro más de la família.

 Mujer de etnia dinka, como la tata Nahina de Zulema. En esta tribu las mujeres tienen la costumbre de adornar su frente con escarificaciones simétricas. Son una de las razas humanas más altas y esbeltas del planeta.

Nahina era la dulzura hecha mujer. Zulema la adoraba. Llevaba su entrañable recuerdo tan metido en el alma que a veces se sentía culpable por quererla y recordarla más que a su verdadera madre, por echarla de menos a todas horas, tanto como a su añorado padre. Su ausencia le impedía ser feliz. Encerrada casi todo el dia en la casita blanca que le había comprado Taufik, se sentía espantosamente sola y desamparada y un doloroso vacío le oprimía el pecho y no la dejaba respirar.

Habiba, la muchacha de noble linaje que Musarraf había ido a buscar a la cercana Ibn Muhammad (Benamahoma) para hacerla su esposa, la había concebido, parido y amamantado, pero quien realmente la había criado era Nahina, su dulce tata, que vivía sólo para ella, dedicada a su niña en cuerpo y alma para que tuviera la más feliz de las infancias. Siempre la llevaba en brazos a todas partes. La bañaba en agua de rosas cantándole bellísimas canciones del Nilo en su lengua dinka y le frotaba el cuerpo con manteca de vaca perfumada con sus manos negras de largos dedos, suaves y amorosas, que enloquecían de placer y felicidad a su niña Zulema. A Musarraf y Habiba se les humedecían los ojos de alegría viendo a su adorada hijita reir a carcajadas por las cosquillas que le hacía su tata.

Nahina había aprendido esta costumbre de las mujeres de su tribu, cuyos niños rebosaban de salud con sus cuerpecitos rollizos y brillantes por la grasa aromatizada con esencias de azahar, tomillo, romero y espliego, que compraban a mercaderes nómadas venidos de la norteña y lejana costa mediterránea. Sabían de una manera instintiva que la grasa y las esencias protegían a sus bebés de las infecciones y las picaduras de moscas y mosquitos. Zulema se lo había prometido a si misma cientos de veces: "Si un día tengo un hijo lo criaré como mi tata Nahina lo hizo conmigo".

Rosa silvestre muy aromática, antiguamente llamada rosa alejandrina o de Alejandría, con la que se obtiene una excelente agua de rosas.

Flores multicolores de romero. Con ellas se destila un aromático aceite esencial utilizado en perfumería y en medicina natural.

Inflorescencia de espliego, lavanda o alhucema, la Al-Husayma de los musulmanes andaluces, cuyo aceite esencial es uno de los perfumes más ampliamente utilizado desde la antiguedad.

 Tomillo silvestre en flor a mediados de mayo. Con sus flores y sus brotes tiernos se obtiene una medicinal y perfumada esencia de tomillo.

Flor de azahar en mayo. Con las flores de naranjo, limonero y cidro se obtiene por maceración la llamada agua de azahar y por destilación la perfumada esencia de azahar

Tras siete meses de duro trabajo la estructura del palacio que Taufik construía para Zulema estaba por fin acabada. Faltaba cubrir las paredes exteriores e interiores de mosaicos de azulejos multicolores y adornar las vigas de la techumbre de las habitaciones con un artesonado de arabescos de madera, pero ni Taufik ni sus amigos libertos sabían cómo hacerlo. Habían sido esclavizados en su infancia y obligados a trabajar en lo que les mandasen, sin enseñarles ningún oficio. Lo poco que recordaban de los antiguos palacios musulmanes se difuminaba en sus mentes mezclado con dolorosos y terroríficos recuerdos. 


 Taufik no se resignaba a entregar a Zulema el palacio sin terminar, como una casa cualquiera del pueblo con unas simples paredes y un techo. Preguntaba a los moros conversos más viejos que conocía por los alrededores de Grazalema, pero ninguno sabía adornar palacios. Una mañana, triste y avergonzado por no poder cumplir la promesa que le hizo a Zulema, decidió visitar el cercano pueblo de Ubrique, que sus habitantes moriscos, conversos como el mismo Taufik, seguían llamando Ourique por la gran abundancia de manantiales de agua dulcísima que allí nacían al estar la población asentada en una hondonada rodeada de montañas. 

No conocía a nadie en aquel pueblo blanco tan parecido a Grazalema. Estaba muy cansado con el cuerpo entumecido tras un largo viaje de tres días montado a lomos de una yegua. Vio allí cerca una fuente que parecía un abrevadero de animales, bebió un poco cogiendo el agua en el hueco de su mano y se sentó sobre un banco de piedra, mientras la yegua bebía a grandes sorbos aquella refrescante agua que bajaba de las montañas de rocas grises que como una muralla rodeaban el pueblo. Los ubriqueños moriscos no tardaron en rodearle llenos de curiosidad, pues eran muy contadas las visitas de forasteros. Los cristianos sin embargo, a pesar de sentir tanta curiosidad como los moros conversos, no se le acercaron pues notaron enseguida que era moro por su tez morena y sus ojos negros como el azabache. Taufik observaba divertido a los ubriqueños, pero se hacía el despistado. Los moriscos deseaban dirigirse a él hablando en su lengua musulmana para saber si era moro como ellos. Los cristianos querían saber lo mismo y observaban la escena a una cierta distancia sin perder detalle. Taufik estuvo a punto de romper a reir a carcajadas. Le hacían mucha gracia los ubriqueños que cuchicheaban entre ellos mirándole de soslayo, cada grupo en su respectiva lengua materna. Él también deseaba hablarles, preguntarles por algún artesano, pero esperó a que fueran ellos quienes le saludasen. 

- Assalamu alaikum (La paz sea contigo), se atrevió a decirle muy bajito el más viejo de los moriscos.

- Wa alaikum assalam (También contigo sea la paz), le contestó él también bajito con una amplia sonrisa.

-¿Qué buscas por aquí, muchacho?, le preguntó el moro hablando en castellano, esta vez en voz alta, pues temía las represalias de los cristianos por hablar en la lengua de los sarracenos. 

- Me voy a casar y estoy construyendo un pequeño palacio en Grazalema. Necesito varios artesanos que sepan adornar las paredes con mosaicos de colores y cubrir las techumbres con arabescos de madera, pero en mi pueblo no hay nadie que sepa hacerlo. ¿Hay algún artesano moro en Ourique?,  le preguntó muy serio Taufik. 

- Pues sí, precisamente hay dos maestros artesanos venidos de la lejana ciudad costera de Al-Yazira al-Jadra (Algeciras) que están acabando el palacio de un rico cristiano casado con una morisca. Si hablas con ellos antes de que retornen a su ciudad y les enseñas unas cuantas monedas de oro para que sepan que puedes pagarles, a lo mejor conseguirás que vengan contigo a Grazalema. Los encontrarás yendo hacia poniente cerca de dos grandes pinos que crecen sobre una loma. Pregunta por el palacio de Don Gonzalo, le contestó el morisco.

-Shukran yazilan. Jazak Allah Khair.(Muchas gracias. Que Alá te recompense con lo mejor), le respondió agradecido Taufik en su lengua materna, desafiando con temeridad a los cristianos que habían escuchado toda la conversación.

Tronco de alcornoque tras la saca del corcho.

Antes de emprender el camino hacia poniente como le había indicado el viejo morisco, Taufik descansó un rato a la fresca sombra de un alcornoque, comió un trozo de queso de cabra con almendras y piñones tostados, volvió a beber un trago de agua de aquella fuente, se montó a los lomos de la yegua y se dirigió hacia los dos imponentes pinos piñoneros que se divisaban a lo lejos coronando una pequeña loma.

 Piñones de pino piñonero cubiertos de polvillo marrón que irrita la boca de los roedores y evita así que se los coman.

Almendras de la variedad mollar que se cascan con los dedos.

En una hondonada rodeada de un espeso bosque de encinas que le impedían ver la loma preguntó por el palacio de Don Gonzalo a un muchacho que parecía cristiano.

- Buenos días, me podrías decir.....

El joven no le dejó terminar la pregunta. Había corrido la voz entre los ubriqueños que un moro de Grazalema buscaba artesanos y en pocos minutos todos los habitantes, tanto cristianos viejos como moros conversos, estuvieron al tanto de la noticia.

- Vas bien, sigue por este camino, el palacio queda cerca, -le dijo con un fuerte acento morisco.

Taufik sonrió divertido y sorprendido pues la piel blanca de aquel mozo le había hecho creer que era cristiano y le contestó: 

- Jazak Allah Khair.  (Que Alá te recompense con lo mejor)

El muchacho también sonrió al escuchar aquellas palabras de agradecimiento en su prohibida lengua sarracena y le contestó moviendo la cabeza mientras se dibujaba en su rostro una mueca triste:

-Fi-AmanAllah.  (Que  Alá nos proteja) 


-SubhanaAllah.  (Y que seaglorificado),  le contestó Taufik con resignación.

Se acercaba un numeroso grupo de cristianos armados con palos que seguían a Taufik a cierta distancia y al verlos el muchacho intentó disimular y le habló en castellano casi a gritos para que le oyeran.

- Si buscas el palacio de Don Gonzalo vas por el buen camino.

-Muchas gracias, que Dios nuestro Señor te lo pague, le contestó Taufik, hablando alto e intentando disimular su fuerte acento sarraceno, pues temía  ser asaltado y asesinado por aquella horda de cristianos.


 Inmenso bosque de encinas y alcornoques en la província de Cádiz.

Alá le protegía. No era aquel terrible final el que le tenía preparado su destino. Los hombres pasaron de largo sin perderle de vista, mirándole a los ojos con odio y desprecio. Taufik sintió un estremecimiento de pánico que le recorrió toda la espalda pero permaneció inmovil montado sobre la yegua para que los cristianos creyeran que nos les temía.

Cuando por fin divisó el palacio, suspiró aliviado y se secó el sudor de la frente. Había pasado tanto miedo que necesitaba serenarse antes de hablar con los artesanos de Don Gonzalo. Se apeó de la yegua, se sentó sobre la hierba que crecía a la vera del camino, cerró los ojos y respiró profundamente. Un mirlo macho, ajeno al trance de Taufik, cantaba feliz sobre un higuera cercana enardecido por la testosterona primaveral, mientras su hembra incubaba cuatro huevos en un tosco nido construido sobre las enmarañadas ramas de un acebuche. Los terroríficos recuerdos de su infancia se agolparon en su mente y lloró amargamente, en silencio, como había aprendido a hacerlo. Volvió a ver a los cristianos del norte con sus estandartes, sus armaduras, sus cruces, sus escudos y sus espadas entrar en Grazalema ávidos de sangre y en lo más profundo de su cerebro retumbaron los gritos desgarradores de su madre que entre alaridos de dolor y pánico mientras le amputaban los brazos, le abrían el vientre y la decapitaban le gritaba que corriera a esconderse en la espesura del bosque de abetos. Se llamaba Zahira. En aquel preciso momento, al recordarla, se prometió a si mismo que si un dia tenía una hija le daría el nombre de su madre. 





Los dulces de almendra y sésamo de Zulema

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 Cuarto capítulo del relato de Zulema.

Primer capítulo:Zulema, lágrimas de una niña mora.

Taufik tardó más de una hora en serenarse. Había osado transgredir la ley de los invasores cristianos que prohibía a los moros hablar en su lengua sarracena, la llamada algarabía de moriscos y mudéjares andalusíes y una provocación tan descarada no se le podía tolerar a un forastero. Tuvo mucha suerte. La horda de cristianos armados con palos había decidido apalearlo como a un perro hasta la muerte, pero al final no pasó nada. Fue un milagro de su dios Alá, la misteriosa protección del espíritu de Musarraf o tal vez los nervios de acero de Taufik que tuvo la valentía de permanecer inmóvil e impertérrito sobre su yegua, mirando sin odio a los cristianos con la apostura y la dignidad de un príncipe, lo que le salvó de una muerte atroz. Fuera lo que fuere, cuando los cristianos se le acercaron y él les miró fijamente a los ojos, quedaron súbita e inexplicablemente apaciguados y no se atrevieron a atacarlo, aunque él no fue consciente de ello y temió por su vida.

Taufik no había estado nunca antes en Ubrique. Aquella soleada mañana había llegado muy alegre pensando que los ubriqueños al no conocerle serían amables y acogedores con él, pero se encontró con un ambiente enrarecido cargado de violencia contenida y una población dividida en dos grupos irreconciliables que se odiaban tanto como se temían. Ignoraba que en este pueblo los moros eran tan numerosos como los cristianos y esta paridad generaba mucha agresividad y odio entre ellos.

   Bellísimo pueblo blanco de Ubrique enclavado en un lugar paradisíaco.

En Grazalema, en cambio, los moros habían sido masacrados por los cristianos del norte en la "reconquista" y sólo habían sobrevivido unas pocas docenas de niños denigrados a la condición de esclavos, los llamados morisquillos por los cristianos viejos. El hecho de haber sido "convertidos" y bautizados no les libraba de la esclavitud. Zulema y Taufik, es decir, Beatriz y Fernando, eran dos de estos niños, dos morisquillos. Al estar en franca minoría los moros grazalemeños no se atrevían a plantar cara a los cristianos y estaban totalmente sometidos. Aunque parezca contradictorio era precisamente este sometimiento, esta sumisión a la voluntad de sus amos lo que creaba un ambiente tolerante que daba una cierta libertad a los esclavos de Grazalema. Esto evitaba que fueran castigados por hablar entre ellos en su algarabía andalusí.

 Majestuoso roble andaluz, Quercus canariensis.

Durante el largo rato que estuvo en el camino del bosque de robles y encinas intentando serenarse y recobrar la compostura, Taufik ató la yegua a una rama de un quejigo a cuyo alrededor crecía abundante hierba que el animal devoró con ansia como si llevase varios días sin comer y luego se paseó por aquel bosque como ensimismado y con los ojos todavía llorosos tratando de devolver al olvido los terroríficos recuerdos de su infancia. Necesitaba desesperadamente engañar su memoria, bloquearla, cubrirla de un tupido manto para que aquellos recuerdos no le siguieran atormentando el resto de sus días. Sólo así podría sobrevivir y ser feliz con su amada Zulema.

 Grueso tronco de un quejigo, Quercus faginea, en un bosque mixto de robles y encinas.

Parecía mirar lo que le rodeaba pero no lo veía, pues sus ojos estaban nublados y miraban hacia dentro. Caminaba sin rumbo hablando para si mismo, moviendo los labios sin proferir ningún sonido y se secaba las lágrimas que le brotaban con su mano temblorosa. "Madre mía, mi adorada Om Zahira, que te dejaste matar para que yo pudiera salvarme. ¡Cómo te extraño!. ¡Qué feliz y orgullosa estarías viéndome ya crecido y qué dichoso sería yo besando tus manos y presentándote a tu futura nuera para que me dieras tu aprobación. Seguro que Zulema sería de tu agrado!" La sangre le hervía en sus venas de rabia, de tristeza, de impotencia, de desesperación. La sensación permanente de vivir rodeado de personas que le odiaban y despreciaban por ser moro le provocaba un sufrimiento espantoso. Nunca le había hecho daño a nadie, no se merecía aquel castigo tan cruel. (La palabra om significa madre en árabe)

 (Recomiendo abrir este archivo de audio en una ventana o una pestaña nueva.)

Un ruido repentino segó sus pensamientos y le devolvió a la realidad. Su mente dejó de escuchar los desgarradores alaridos de su madre mientras la asesinaban, grabados de manera imborrable en sus neuronas y sus ojos volvieron a brillar y dejaron de mirar hacia el interior de su mente. Era un mirlo macho que cantaba feliz sobre la rama más alta de una encina. Taufik se lo quedó mirando como hipnotizado. Su canto era bellísimo, contundente, lleno de fuerza. Desde niño siempre le había gustado el gorjeo de los mirlos. Se echaba sobre la hierba o la hojarasca, cerraba los ojos y escuchaba aquel maravilloso canto que el eco devolvía y parecía responder al pájaro, como si de otro macho se tratase.

Encina, Quercus ilex, en una dehesa gaditana.

Poco a poco su mente se fue serenando, su corazón aminoró sus latidos, sus ojos se secaron, sus manos dejaron de temblar, su sudor se evaporó y una sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios. Aquel animalito que proclamaba a los cuatro vientos que aquel trocito de bosque era suyo consiguió apaciguar el alma atormentada de aquel joven que a sus todavía tiernos veinte años se había visto obligado a madurar antes de tiempo. "Gracias, mirlito, que Alá te lo pague con muchos hijitos como tu", -le dijo ya con una amplia sonrisa y con el ánimo recuperado.

Desató la yegua que estaba ahíta de tanta hierba que había comido, se subió a sus lomos de un salto y se dispuso a recorrer el último tramo del camino que llevaba al palacio de Don Gonzalo.

Era la casa más grande y más hermosa que Taufik había visto nunca. La puerta estaba abierta y no se oía ningún ruido. Taufik se apeó de la yegua, la ató a la rama de un viejo naranjo cargado de frutos y se asomó al interior de aquel maravilloso edificio. "¡Ah de la casa!", -gritó, pero nadie le contestó. Movido por una curiosidad irresistible entró y empezó a proferir exclamaciones de admiración ante tanta belleza. Era un palacio como el que había imaginado para Zulema, pero muchísimo más grande, todo cubierto por dentro y por fuera de bellísimos mosaicos de azulejos multicolores dibujando figuras geométricas y motivos vegetales con las vigas de las techumbres adornadas con artesonados arabescos de madera de cedro, que confería al aire un delicioso aroma a casa nueva.

"¡Buenos días, muchacho!". Taufik dió un brinco sobresaltado al escuchar a sus espaldas aquel vozarrón de castellano viejo y se giró mientras contestaba al saludo. "¡Buenos días, señor.... Don Gonzalo!". Durante unos segundos se miraron a los ojos, se leyeron el alma y sintieron que simpatizaban. El rico cristiano era un hombretón alto y corpulento de piel muy blanca manchada con numerosas pecas y una generosa barba pelirroja. Tendría unos veinticinco años. Se había instalado en Ubrique tras la reconquista y llevaba unos meses casado con una hermosa morisca, a la que había liberado de la esclavitud en un mercado de esclavos de Algeciras.

-Tu debes ser el joven de Grazalema que busca artesanos, ¿verdad? - le dijo mirándole a los ojos con su voz poderosa y a la vez amable. Don Gonzalo tenía aspecto de hombre bonachón, su mirada era franca y noble. Taufik se dió cuenta que no se dirigía a él como a un  moro, como a un esclavo, como a un inferior, no se sintió despreciado ni odiado y por primera vez en su vida fue capaz de sentir simpatía por un cristiano.

-Así es, señor, - le contestó con timidez. Estoy construyendo un pequeño palacio para mi futura esposa y necesito artesanos para adornar las paredes y techumbres. En el pueblo me han dicho que aquí encontraría lo que busco.

-Pues has llegado justo a tiempo. Los dos artesanos moriscos que han hecho este magnífico trabajo, ganándose con creces el oro que les he pagado, parten mañana hacia Algeciras. Ven conmigo y hablarás con ellos. - le contestó afable Don Gonzalo, mientras le posaba la mano sobre el hombro en actitud amistosa, como si le conociera de toda la vida.

Taufik creía estar soñando. Tras la terrorífica experiencia con la horda de cristianos, todo parecía haberse vuelto amable. Aquel hombretón de pura raza celta venido de la lejana Galicia no albergaba ningún odio hacia los moros. Nunca un cristiano le había tratado con tanto respecto, tanta amabilidad, de igual a igual. Casi estuvieron a punto de saltarle dos grandes lágrimas de agradecimiento pero se contuvo.

Pulpa de naranja semisanguina.

-¡Qué hermosura de naranjas!, - exclamó para disimular la intensa emoción que le embargaba, mientras atravesaban un magnífico huerto de naranjos, mandarinos y limoneros, de camino a la pequeña casita aneja al palacio donde habían vivido durante meses los dos artesanos.

-Sí, son las mejores de toda la comarca. Cuando compré los terrenos el cristiano que me los vendió me dijo que habían pertenecido a un noble moro oriundo de Valencia que murió defendiendo sus tierras durante la reconquista. Prueba ésta, te va a gustar, la llamamos naranja de sangre. -le contestó mientras alargaba una mano, arrancaba una naranja con manchas rojas y se la ofrecía acompañada de una amplia sonrisa.  Don Gonzalo seguía con su fuerte mano posada sobre el hombro de Taufik. Tanta amabilidad sincera colmó la capacidad de autocontrol del muchacho, no pudo contenerse y en su rostro se dibujó un amago de llanto, pues la emoción le embargaba al sentirse tratado como un amigo y no como un despreciable esclavo.

-Eh, muchacho, ¿qué te pasa?, ¿por qué lloras?, no entiendo.....

Taufik tragó saliva, intentó controlar los músculos de su rostro y su garganta, respiró hondo y le contó cabizbajo con la voz entrecortada lo que había sido su vida hasta entonces. Don Gonzalo le escuchó en silencio, con una sensibilidad que no parecía propia de un hombretón como él. Con la mano en el hombro del muchacho acercó su cuerpo hacia el suyo en un intento de arroparle, de darle el calor humano que nunca había tenido. Taufik le contó de su infancia feliz con su madre Zahira y su padre Muhammad, de la terrorífica muerte de su madre a manos de los invasores, de su huída hacia el bosque de abetos, de los tres largos meses que pasó escondido en las montañas de Grazalema, del frío y el hambre que tuvo que soportar, de su captura por un cristiano que lo esclavizó, de cuando se enamoró de la esclava Zulema, de cuando la veía llorar desconsolada bajo el viejo abeto que albergaba el alma de su padre, de cuando Musarraf le habló en sueños y le indicó dónde estaba la cajita de plata llena de monedas de oro, de cuando pagó a su amo por su libertad, de cuando libertó a sus amigos moros, de cuando compró a Zulema por tres monedas de oro, de cuando la llevó a la casita que le había comprado y la tranquilizó asegurándole que no la violaría, de cuando ella acudió al bosque donde los albañiles libertos empezaban a construir el palacio para ella y él le dijo que la amaba y le pidió la mano con la hojita de hierba de terciopelo como prueba de que aquella era la voluntad de su padre Musarraf, de cuando ella le miró con sus ojos de azabache y aceptó ser su esposa, de cuando las paredes y el techo del palacio estuvieron acabados y no supo cómo adornarlos con mosaicos y arabescos, de cuando decidió visitar el pueblo de Ubrique para buscar artesanos, de cuando estuvo a punto de morir apaleado como un perro por la horda de cristianos, de cuando...

-¿Cómo te llamas, muchacho?, - le interrumpió el gallego.

-Me llamo Fernando, señor- le contestó con humildad mirándole de soslayo.

-No, éste no es tu verdadero nombre. Dime el que te puso tu madre.

-Taufik, señor.

-Muy bien, Taufik. A partir de ahora ya no vuelvas a llamarme señor. Llámame Gonzalo. Y ahora prueba esta naranja y dime si te gusta.

Al muchacho aquella fruta manchada de sangre le daba un poco de repelús, pero cuando se metió el primer gajo en la boca, su intenso y refrescante sabor y su delicioso aroma inundaron su cerebro y se le antojó la mejor fruta que había probado nunca.

Los artesanos algecireños estaban recogiendo sus enseres y herramientas y las estaban colocando en las alforjas que acarrearían dos grandes mulas. Tenían pensado partir al dia siguiente nada más clarear al alba.

-Buenas tardes, Ahmed.

-Buenas tardes, Don Gonzalo.

-¿Y Omar, por dónde anda?

-Por ahí dentro recogiendo sus cosas. ¡Omar, está aquí el señor!.

Salió el artesano y saludó a Don Gonzalo. Luego fijó su mirada sobre Taufik y le sonrió al deducir por sus facciones que era moro.

-Este muchacho se llama Taufik y ha venido desde Grazalema en busca de artesanos para que le acaben el palacio que está construyendo. Os quiere preguntar si vosotros estaríais dispuestos a hacer este trabajo. Tiene oro suficiente y media docena de albañiles a vuestra disposición. - les dijo Don Gonzalo.

-¿Es amigo suyo? - quiso saber Ahmed.

El cristiano dirigió su mirada hacia el muchacho que todavía no había abierto la boca y sonriendo le preguntó:

-¿Somos amigos, Taufik?

El joven dudó un par de segundos y devolviéndole la sonrisa mientras se le humedecían los ojos le contestó:

-Somos amigos, Gonzalo.

-Pues ya no necesitamos saber nada más. Mañana en lugar de partir hacia Algeciras iremos contigo a Grazalema. -sentenció Ahmed.

Estaba anocheciendo. Don Gonzalo se despidió de los artesanos con un fuerte abrazo. Les dio las gracias por su magnífico trabajo y luego se giró hacia Taufik que estaba fascinado por todo lo que veía. Nunca hubiera imaginado ver a un cristiano y un moro abrazarse con tanto afecto.

-Taufik, cuando estos grandes artesanos terminen tu palacio y te dispongas a casarte, házmelo saber. A mi esposa y a mi nos hará muy felices venir a visitaros. - le dijo el cristiano.

-Para mí y para Zulema será un gran honor, Gonzalo. Nuestra casa será la vuestra. Yo mismo volveré a Ubrique para invitarte.

Taufik pasó la noche en la casa de los artesanos y al día siguiente al alba partieron hacia Grazalema. El camino se hacía muy fatigoso, pues en muchos tramos la pendiente era muy acentuada. Para dejar descansar a los animales paraban varias veces al día y por la noche dormían al raso cubiertos con varias mantas de lana. Y así durante tres largas jornadas.

 Fantásticas flores de Phlomis purpurea.

La mañana del tercer día, cuando ya sólo les faltaban un par de horas de camino para llegar, Taufik vio unas flores bellísimas a la vera del camino y pensó enseguida en Zulema. "A mi amada le gustarán", se dijo. Se apeó de la yegua, cogió un gran ramo de aquellas flores rosadas de pétalos velludos como el terciopelo y lo ató con un cordel que él mismo fabricó retorciendo las hojas tiernas de un palmito.

Palmitos, Chamaerops humilis y varias Phlomis purpurea creciendo juntos en un bosque de alcornoques.

Cuando por fin llegaron a Grazalema se dirigieron enseguida hacia el bosque de abetos, pues Taufik estaba ansioso por mostrar el palacio a los artesanos. Como si les estuvieran esperando, allí estaban sus amigos libertos y sentada a los pies del viejo abeto, como cada mañana, en un ritual que ella necesitaba para seguir viviendo, estaba su amada Zulema. 

Ella, al verlos, quiso levantarse, pero Taufik le hizo un gesto con la mano para indicarle que permaneciera sentada, se le acercó y le dió el ramo de flores rosadas. Zulema lo cogió, lo miró con agrado, acarició con el dedo índice los suaves pétalos velludos y dirigiendo sus ojos de azabache hacia los de Taufik, exclamó: "¡Qué suaves son, parecen de terciopelo!". "Sí, mi amada, de terciopelo, como tú".

Los artesanos y los albañiles les observaban en silencio, con respeto, sintiendo envidia por aquel amor tan tierno y sincero que aquellos dos seres atormentados se profesaban. Taufik parecía haberse olvidado de ellos. Estaba como embrujado mirando como su amada jugaba con las flores. "Te están esperando",  le dijo Zulema con una dulce sonrisa llena de ternura, sacándole del ensoñamiento de enamorado y devolviéndole a la realidad. Cuando se giró hacia los artesanos no pudo evitar sonrojarse. Ellos esbozaron una comprensiva sonrisa e hicieron como si no hubieran visto nada.

Taufik les mostró el palacio, les dijo que hicieran su trabajo como mejor creyeran y les rogó que aceptaran dormir en el mismo palacio, pues no disponía de una vivienda para ellos, sólo la choza donde el vivía desde que era liberto y la casita de Zulema, que era sólo para ella.

Al día siguiente, a media mañana, estando ya todos los hombres, incluido Taufik, trabajando en la ornamentación del palacio, Zulema acudió al bosque de abetos con una gran bandeja de bronce cubierta con una tela blanca, se acercó a su amado, levantó la tela y aparecieron unos deliciosos dulces de almendra que ella misma acababa de amasar y hornear. Estaban todavía calientes y desprendían un delicioso y tentador aroma, que abrió el apetito a aquellos hombres. 


Taufik estaba sorprendido, emocionado, rebosante de alegría, orgulloso de su amada. Por fin Zulema parecía recobrar la alegría y la ilusión de vivir y empezaba a comportarse como su esposa. Cogió la bandeja de dulces y los ofreció en primer lugar a los dos artesanos, luego a sus fieles amigos y por último dejó la bandeja en el suelo sobre una bonita alfombra de lana y se sirvió un dulce. 

-Uhmmm, que ricos, - exclamaron todos.

Zulema les observaba divertida con cara de satisfacción, sin decir nada, dejando que todos vieran su bellísimo rostro y sus ojos negros, que brillaban llenos de vida como nunca antes lo habían hecho.

Zulemas de almendra y sésamo

Ingredientes para la masa:

--200 gramos de almendras molidas.
--150 gramos de azúcar.
--150 gramos de harina.
--50 gramos de mantequilla.
--Medio vaso de leche templada.
--Una cucharadita de miel.
--Una cucharadita de canela.
--La ralladura de una naranja.

Ingredientes para la cobertura de sésamo:

--50 gramos de azúcar.
--20 gramos de semillas de sésamo.
--10 ml de agua.

Se mezclan todos los ingredientes en un lebrillo, se trabajan con las manos hasta conseguir una masa dura que no se pegue a los dedos, se deja reposar durante unos 10 minutos y luego se extiende sobre una mesa hasta un grosor de un centímetro, se recortan las zulemas con la ayuda de un vaso, se colocan en una bandeja cubierta con una lámina de papel para hornear y se meten en el horno a 200 ºC durante unos 10 minutos, vigilando que no se quemen. Cuando han adquirido un bonito color tostado, se sacan del horno y se cubren con un caramelo hecho con el azúcar, el sésamo y el agua. Se vuelven a meter en el horno durante tres o cuatro minutos para que se gratinen, se sacan, se dejan enfriar y ya están listas. Están mucho más ricas al día siguiente. ¡Buen provecho!

Continuación: Ni el califa de Córdoba comía mejor

Guacamole de ultramar

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Una cena para chuparse los dedos y rebañar pan a gusto.

 Esta noche se me ha ocurrido preparar una cena ligerita y muy sabrosa. He apretado con los dedos uno de los aguacates que cogí el otro día en mi jardín para saber si ya estaba maduro, lo he notado blandito pero todavía consistente y me he dicho: "¡Uhmmm, a éste me lo como en guacamole!"


Ingredientes para dos personas:

Dos aguacates de unos 200 gramos cada uno.
Un tomate mediano.
Un pimiento verde mediano o dos si son pequeños.
2 ó 3 cebolletas.
3 ó 4 ajos (a gusto de los comensales).
Una cucharada sopera de alcaparras.
Un chorro de vinagre de Módena.
Una cucharadita de postre de pimentón dulce.
Un chorreón de aceite de oliva.
Sal.

 Vinagre de Módena

Pimentón dulce mallorquín de excelente calidad

La preparación es muy sencilla. Se pelan los aguacates, se les retira el hueso y se chafa la pulpa en un plato grande con la ayuda de un tenedor hasta obtener una crema suave con algún grumo. Se pela el tomate, se quita el rabo y las semillas al pimiento, se limpian las cebolletas, se pelan los ajos, se corta todo a trocitos pequeños y se añade a la crema de aguacate. Se le echa una cucharada de alcaparras, una cucharadita de pimentón dulce, un chorro de vinagre de Módena, un chorreón de aceite de oliva y sal al gusto. Se mezcla todo, se prueba y se rectifica de sal si hace falta.


Y aquí tenéis el Guacamole de Ultramar. Lo he acompañado con unos fantásticos mejillones en salsa gallega, que combinan a la perfección con este plato improvisado que me ha sabido a gloria, tanto que he rebañado el plato con pan hasta dejarlo bien limpio. Lo he llamado Guacamole de Ultramar por estar elaborado con una combinación de productos de los dos lados del Océano Atlántico.

¡Buen provecho, amigos!



Galletas mallorquinas de Inca o de aceite

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 Éstas son las galletas saladas típicas de Mallorca, tal como las ha elaborado siempre mi madre que ayer cumplió 85 años.


 En Mallorca las llamamos Galletes d'Inca, Galletes d'oli, Galletes fortes o Galletes marineres y son una verdadera delicia sobretodo calentitas recién sacadas del horno. Sus ingredientes son muy sencillos, sanos y baratos y su elaboración muy fácil.


Ingredientes:

Un vaso de agua tibia y un vaso de aceite de oliva, exactamente la misma cantidad de ambos líquidos, levadura natural de pan, sal al gusto y la harina de trigo que se beba. Se pueden hacer sin sal para las personas hipertensas. Éstos son los ingredientes auténticos tradicionales. 

En algunas marcas comerciales, para abaratar costes de producción, se sustituye parte o la totalidad del aceite de oliva por manteca de cerdo, aceite "vegetal", "grasas hidrogenadas" o "margarina vegetal", lo cual convierte las galletas en insalubres por su alto contenido en colesterol o por la procedencia poco clara de los aceites utilizados. Las llamadas grasas hidrogenadas son literalmente colesterol químico procedente del petróleo, mucho más pernicioso para la salud que la manteca de cerdo. La margarina vegetal se elabora solidificando aceite de soja o girasol añadiéndole un 20% de grasas hidrogenadas procedentes del petróleo, es decir, que sería mucho más sano que las hicieran directamente con mantequilla de leche de vaca.

Otro detalle que me parece importante reseñar aquí es que la mayoría de marcas comerciales de galletas de Inca utilizan el conservante E-320, Butilhidroxianisol (BHA), un derivado del petroleo con actividad hormonal que resulta ser altamente peligroso para la salud con efectos nocivos sobre la reproducción y claramente cancerígeno en ratas, prohibido en los países "civilizados" para la alimentación de niños y embarazadas. Encontraréis mucha información al respecto en internet.


Yo he utilizado levadura natural desecada, pero si se tiene levadura fresca es mucho mejor. La harina debe ser la misma que se utiliza para hacer pan.

Para empezar he diluido media bolsita de levadura desecada en medio vaso de agua tibia a la que he añadido una pizca de azúcar y un poco de harina para activar la levadura, dejándolo reposar unos minutos. En un lebrillo he echado medio vaso de aceite de oliva de buena calidad, el medio vaso de agua tibia con la levadura y un poco de sal y he ido añadiendo harina de trigo hasta que la masa resultante se ha despegado de mis manos y de las paredes del lebrillo, amasándola un rato con las manos y formando luego una bola que he dejado reposar unos minutos.


Cuando la masa ha empezado a hincharse por la acción de la levadura, la he aplanado con un rodillo y he ido recortando las galletas con la ayuda de un vaso de boca estrecha.


Con la ayuda de un pequeño tenedor he pinchado el centro de cada galleta.


Así más o menos debe quedar la galleta una vez hecha.


Dependiendo del gusto de cada cual se pueden meter inmediatamente en el horno para que queden más compactas o se pueden dejar fermentar en un lugar caliente para que se hinchen, de manera que queden como un pequeño bollo con el centro hundido.


A mi me gustan compactas.


Con un cuchillo se parten fácilmente por la mitad como si fuera un panecillo para hamburguesa.


Una vez partidas quedan como se ve en la foto. 


 Son ideales para preparar pequeños bocaditos de lo que se quiera: foiegras, queso, atún, anchoas, sobrasada, mermelada, leche condensada, nocilla, tomate, unas alcaparras con pimentón dulce y aceite, pasta de aceitunas negras o simplemente aliñadas con un chorreón de aceite de oliva virgen extra. Se preparen como se preparen están deliciosas.


Los caquis cultivados son hembras partenocárpicas

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Y todos sus hijos son híbridos

Al igual que la gran mayoría de higueras mediterráneas que son casi todas hembras partenocárpicas, capaces de madurar los higos sin necesidad de ser fecundadas, nuestros caquis son también todos hembras partenocárpicas, maduran sus frutos sin ser polinizadas y éstos no tienen por tanto ninguna semilla o, mejor dicho, no deberían tenerla.

Los caquis, Diospyros kaki, son originarios de China y desde hace muchos siglos se cultivan en el Japón. De allí fueron llevados al Mediterráneo donde encontraron un clima ideal similar al de su origen. Actualmente se cultivan en todas las regiones del mundo con un clima mediterráneo. Todas las especies del género Diospyros son dioicas, con árboles machos y árboles hembras. Pertenecen a la familia de las Ebenaceae.

Y os preguntaréis ¿porqué a veces los caquis tienen semillas si en teoría no hay ningún macho asiático en todo el Mediterráneo? La respuesta es muy sencilla. El secreto está en el pie o patrón sobre el que están injertadas la mayoría de hembras cultivadas, el Diospyrus lotus, un árbol que vive de manera natural desde Europa hasta Asia y puede alcanzar una altura de 30 metros. Sus frutos son muy pequeños, no suelen superar los 2 o 3 centímetros de diámetro y bien maduros son muy dulces. En la antigua Grecia era muy apreciado como árbol frutal mucho antes de la llegada de los caquis asiáticos. Los frutos se comían tanto frescos como desecados como si fueran uvas pasas, ciruelas pasas u orejones de albaricoque. Precisamente el nombre del género Diospyros procede de la unión de dos palabras griegas: Dios i Pyros, que traducido significa Trigo de Zeus.

Diospyros lotus hembra asilvestrado, nacido de una semilla en la falda de una montaña de la Sierra de Tramontana de Mallorca. 

Frutos diminutos y muy numerosos del Dyospyros lotus anterior. Suelen tener muchas semillas y deben estar bien maduros para ser comestibles, ya que de lo contrario son muy astringentes por la gran cantidad de taninos que contienen.

Y surge una nueva pregunta. ¿Cómo ha conseguido asilvestrarse en Mallorca esta especie alóctona? De nuevo la respuesta es muy sencilla. El Diospyros lotus tiene una fuerte tendencia a echar hijuelos de raíz a veces a mucha distancia del árbol original. En teoría el árbol que venden en los viveros es un caqui asiático de la especie Diospyros kaki, pero sus raíces son de Diospyros lotus, muy utilizado como patrón por su gran rusticidad y resistencia a la sequía y a todo tipo de suelos, de manera que prácticamente el 100% de los caquis que se venden en los viveros están injertados sobre Diospyros lotus.

Tarde o temprano, sobretodo cuando el injerto de caqui va envejeciendo y empieza a perder fuerza, las raíces del patrón echan muchos hijuelos y si no son arrancados crecen muy deprisa y en pocos años se convierten en árboles, todos ellos hermanos clónicos unidos por sus raíces al clon-madre original, es decir, que en realidad son un mismo individuo. Puesto que los viveristas consiguen  los patrones de Diospyros lotus sembrando semillas, de ellas nacen árboles macho y árboles hembra que son injertados con una púa o yema de caqui hembra mucho antes de conocer su sexo.

Así pues los patrones de nuestros caquis pueden ser machos y hembras y sus hijuelos de raíz lógicamente también. Si aquí y allá un caqui abandonado en una finca de frutales o en un huerto acaba echando hijuelos y éstos llegan a florecer y a dar frutos, los pájaros se los comen como si de un bombón se tratase y dispersan luego las semillas lejos de su madre. Alguna logra germinar si cae en un lugar propicio y de ella nace un caqui asilvestrado, que en el caso de ser macho producirá flores con polen que fecundará las flores femeninas de un caqui cultivado partenocárpico. Ésta es pues la explicación de las semillas que tienen a veces nuestros caquis.

Aquí podemos ver la jugosa y apetitosa pulpa de un caqui en la que se puede distinguir por transparencia un hueso en la mitad superior. Si ampliáis la foto con un doble click lo veréis mejor. Este hueso es un hibrido entre Diospyros lotus y Diospyros kaki. Antiguamente los campesinos sembraban estos huesos y llamaban caquis bordes a los árboles híbridos que de ellos salían. Si nacía un macho lo injertaban de caqui hembra partenocárpica y si nacía una hembra la dejaban sin injertar, puesto que sus pequeños frutos eran deliciosos bien maduros.

 Otro caqui con tres semillas. El caqui que da estos frutos tan jugosos ha echado varios hijuelos a tres metros del tronco que tienen las hojas típicas del Diospyros lotus, muy diferentes a las del Diospyros kaki que tiene injertado encima. Esta próxima primavera quiero probar de injertar uno de estos hijuelos con una estaca o una yema de Diospyros digyna, un extraño caqui originario de México que los nativos llaman Zapote negro por sus frutos de pulpa negra como el chocolate.

Siempre me acordaré de un caqui borde que mi abuelo paterno había sembrado de un hueso junto a un pozo de una finca cercana a la aldea de Randa en el centro de Mallorca. Producía unos caquis pequeñitos de pulpa compacta extraordinariamente dulce y aromática, sobre todo la parte más oscura que rodeaba las semillas que era la mejor. Su pulpa era tan consistente que los caquis caían al suelo cuando estaban maduros y no se chafaban. En otoño yo disfrutaba yendo con mi abuelo a cosechar los frutos del caqui borde, montados los dos en el carrito tirado por Margarita, una pequeña burrita muy peluda de raza mallorquina. Producía tantos caquis que yo me daba un atracón y luego ayudaba a mi abuelo a llenar una gran cesta de mimbre con los que quedaban para llevarlos a casa. Incluso le daba media docena a Margarita directamente en la boca como si fueran caramelos. Tanto a ella como a mí nos gustaban mucho. Un invierno llovió torrencialmente, se formó una gran balsa de agua estancada y el caqui borde se murió con las raíces podridas.

Semillas híbridas de caqui extraidas de un caqui cultivado.

Flores masculinas de un Diospyros lotus asilvestrado que conseguí a partir de un hijuelo de raiz cogido en la montaña. Lo tengo sembrado en mi jardín y el polen de sus flores poliniza mis tres Diospyros kaki hembras. Del mismo modo que los higos son mucho más dulces y aromáticos si son polinizados, los caquis fecundados por el polen del Diospyros lotus son mucho más sabrosos y cuantas más semillas tienen mejor. La pulpa que rodea las semillas es extraordinariamente rica en azúcares.

Flor femenina de caqui partenocárpico.

En otoño y principios de invierno, cuando la fruta escasea, tanto los caquis de los árboles cultivados como de los asilvestrados son una valiosa fuente de alimento para las aves. En la imagen tomada a principios de octubre se ve un caqui picoteado por petirrojos, mirlos y mosquiteros comunes.


 

COCAS PARA MATAR

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Hola amigos, me imagino que os habrá sorprendido el título que le he dado a la entrada. Tranquilos, ahora os lo explico. 

 Solanum linnaeanum

Estos tomatillos o manzanitas del diablo son los frutos de una solanácea sudafricana invasora que lleva varios siglos perfectamente naturalizada por toda la cuenca mediterránea. En Mallorca los llamamos "METZINES" del verbo catalán "enmetzinar" = envenenar, porque antiguamente se utilizaban mezclados con la comida para matar a las personas no deseadas o como venganza al más puro estilo siciliano (vendetta). 


Era típica laCOCA de METZINES (una "coca" es el equivalente mallorquín de las pizzas italianas). La cocinera preparaba una deliciosa "coca de trempó" = ensalada mallorquina a base de tomates, pimientos verdes, cebolla, ajos, todo cortado en trozos pequeños y aliñado con sal y aceite, que se podía comer tal cual o se podía poner sobre una masa hecha con harina, levadura natural, manteca de cerdo o aceite y sal, bien aplanada en forma redondeada o cuadrada con el borde un poco elevado para que los jugos del "trempó" no se saliesen de la coca durante la cocción. 


Lo que la hacía venenosa eran la media docena de tomatitos del diablo (metzines) que la cocinera mezclaba con el "trempó" bien troceados y bien disimulados con los demás ingredientes. Una vez horneada la coca era muy dificil distinguir los trocitos de metzines pues saben a tomate y la víctima no notaba nada raro en el sabor. 
 

Al poco rato de comerse la coca empezada a sentir dificultades severas para respirar, violentos espasmos abdominales, vómitos terribles y diarrea intensa  que iban en aumento, llegando a vomitar y defecar sangre.


Si había comido muchas "metzines" y/o era una persona debil, podía incluso morir por hepatitis tóxica, edema pulmonar y parada cardiorespiratoria 


Era una venganza al más puro estilo mafioso o bien un intento de asesinato de una esposa harta de su marido. El que muriera o no la víctima dependía de la cantidad de tomatillos que ingería y de su fortaleza física.

¡¡¡Buen provecho, amigos!!!

Ginkgo hembra, Ginkgo macho

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De este fantástico árbol asiático, que sobrevivió misteriosamente a la letal radiación de las bombas atómicas que asolaron Hiroshima y Nagasaki, se ha hablado largo y tendido en libros e internet. No quiero repetir sus virtudes ya conocidas, sólo compartir con vosotros una curiosidad en las semillas de esta maravilla de la naturaleza.

Mi joven Ginkgo biloba con sus llamativas hojas amarillas preparándose para la hibernación en diciembre. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click.

Como ya todo el mundo sabe, el ginkgo es dioico, tiene pies masculinos y pies femeninos. En parques y jardines se suelen sembrar ejemplares masculinos, pues los femeninos producen unos frutos cuya pulpa emite un olor nauseabundo cuando está bien madura. 

Brotación primaveral en mayo.

La inmensa mayoría de árboles dioicos producen semillas cuyo sexo no se puede saber hasta que los árboles surgidos de ellas han crecido lo suficiente para florecer. El Ginkgo biloba es una excepción. Sus semillas tienen formas diferentes según el sexo del embrión que contienen. 

Frutos de un árbol femenino.

Aquí podéis ver claramente la diferencia que permite distinguir las semillas del que será un árbol femenino (arriba) y un árbol masculino (abajo). La cáscara de las semillas femeninas tiene sólo dos valvas, mientras que la de las semillas masculinas tiene tres.

Semilla femenina bivalva a la izquierda y semilla masculina trivalva a la derecha.

De esta manera se puede saber el sexo de los futuros árboles sin tener que esperar entre 15 y 20 años a que den las primeras flores. Otro detalle curioso de este árbol que lleva 270 millones de años sobre la Tierra es la exagerada desproporción entre las semillas femeninas con aproximadamente el 95%-98% y las masculinas que representan sólo entre el 2% y el 5% del total. La naturaleza es muy sabia y sabe que el polen de las flores de un sólo macho es suficiente para polinizar las flores de un centenar de hembras. Para perpetuar la especie, pues, resulta mucho más inteligente gastar energía produciendo semillas femeninas.



COGOLLOS DE HINOJO A LA GRANADINA

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Hace unos dos meses publiqué el vigésimo quinto capítulo de mi relato novelado sobre la vida de la niña Zulema. En él describí un delicioso plato medieval prácticamente vegetariano que llamé Cogollos de hinojo a la granadina, cuyos ingredientes se adaptaban a los alimentos que había en Europa hace 500 años. Todavía no habían llegado las numerosas frutas y verduras de la recién descubierta América. Hoy he querido demostrarme a mi mismo que este plato morisco no es una fábula inventada por mi imaginación sino que se puede hacer realidad y salir un guiso para chuparse los dedos. Os aseguro que me ha sabido a gloria. Las proporciones de los ingredientes pueden variar según el gusto del cocinero o los comensales.


Ingredientes para cuatro personas

-4 cogollos grandes de hinojo.
-100 gramos de avellanas tostadas.
-3 ajos pelados.
-12 granos de pimienta negra.
-1 cucharadita de semillas de comino.
-1 ramita o una cucharadita de canela en polvo.
-El zumo de dos limones.
-El zumo colado de dos granadas.
-1 cucharada de miel de azahar.
-3 hojas frescas de laurel. 
-4 huevos hervidos.
-Aceite de oliva.
-Agua.
-Sal.

Se limpian bien los cogollos de restos de tierra, se echan en una olla con agua y sal y se hierven hasta que estén tiernos. Se sacan del agua, se escurren y se cortan a rodajas. Se echan en una sartén con aceite de oliva y se saltean hasta quedar ligeramente tostados. Se sacan y se reservan. 

En un mortero grande se pican finamente tres ajos, 100 gramos de avellanas tostadas, una docena de granos de pimienta negra y una cucharadita de semillas de comino. Una vez picado todo se le añade el zumo de dos limones, una cucharada de miel de azahar, el zumo colado de dos granadas bien maduras, una cucharadita de canela en polvo y sal al gusto. Si no se dispone de canela en polvo se puede picar una ramita junto con los demás ingredientes. Se mezcla todo y se deja reposar unos minutos.

En una cazuela grande de boca ancha se echan seis cucharadas del aceite de saltear el hinojo, tres hojas frescas de laurel y la picada de ajos y avellanas. Se remueve continuamente para que no se queme ni se pegue y cuando ha adquirido el aspecto de una crema suave y brillante se echan encima las rodajas de hinojo previamente salteadas y se mezclan bien con la salsa removiendo con un cucharón de madera durante unos minutos. 


Se retira la cazuela del fuego, se prueba si está bien de sal, se le añaden por encima los huevos hervidos partidos por la mitad, se deja reposar todo un par de minutos y se sirve.

¡Buen provecho, amigos! 

Una hispánica en el Algarve

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La flor más bella y delicada del Cerro da Cabeça

Malva hispanica

Llevaba varios días de viaje en el Algarve, la región sureña de Portugal que en tiempos de la dominación musulmana era el extremo occidental del Al-Ándalus. Había escogido el mes de mayo para visitarlo con la esperanza de ver en plena vegetación la población portuguesa del helecho miocénico Asplenium azomanes. A pesar de las claras indicaciones del fotógrafo luso Valter Jacinto no daba con él. Sus magníficas fotografías, subidas a la web de la plataforma ciudadana Biodiversidad Virtual, me habían animado a hacer aquel viaje. Ver foto---> Asplenium azomanes


Aquella mañana decidí dar un paseo por la cara norte del Cerro da Cabeça situado en la freguesía de Moncarapacho, cerca de la ciudad de Faro. Aparqué el coche de alquiler en la cuneta y me adentré en un empinado campo de algarrobos situado en la falda norte del cerro. 


 Entre los vetustos árboles de troncos retorcidos crecia una gran población de Malva hispanica. Las hermosas plantas, atormentadas y enanizadas por la extrema sequía, aprovechaban los claros más iluminados entre las viejas leguminosas arbóreas y daban alegría y color a la tierra reseca.


Algunas malvas sufrían tanto por la ausencia de humedad en el suelo que dedicaban su escasa savia a la reproducción con unas hojas diminutas para ahorrar agua y unas luminosas flores casi blancas que brillaban con luz propia.


La Malva hispanica, a pesar de su nombre, vive también en Portugal y en el norte de África. Prefiere los suelos arenosos y silíceos con un ph ácido. 


El color de sus pétalos varía entre un blanco inmaculado y un rosado más o menos intenso.


Sus flores son adoradoras del sol que les da la vida. Los pétalos tienen un diseño bellísimo con unas rayas que dirigen a los insectos polinizadores hacia los órganos reproductores donde son premiados con una gotita de rico néctar como recompensa por su aporte de polen de otras flores.


En esta flor se ven muy bien las rayas rosadas que llevan hacia los estambres y el pistilo situados sobre un largo tubo estaminal con aspecto plumoso.


En esta malva con flores casi blancas y hojas pequeñas y retorcidas por la extrema sequía se ven los estambres totalmente desplegados cargados de polen en el centro de la flor.


Posado sobre esta flor vemos un insecto polinizador preparándose para libar el néctar.


Este insecto ya ha sido premiado con la gotita de néctar y se lleva pegados sobre su cuerpo numerosos granos de polen que fecundarán el pistilo de la siguiente flor que visite.


 La Malva hispanica evita que sus flores se autopolinicen madurando sus órganos sexuales femeninos y masculinos por separado. Como podemos apreciar en la flor de la izquierda el pistilo femenino acabado en largos estigmas decurrentes y filiformes madura en primer lugar, lo que se llama protoginia o proteroginia, mientras los estambres masculinos permanecen cerrados y sin desarrollar. 


Cuando la flor detecta que ya ha sido fecundada con el polen de otra flor, cierra y atrofia los estigmas que dejan de ser receptivos y madura y expande los estambres masculinos.


Las hojas son enteras o ligeramente lobadas con un largo pecíolo y cubiertas de una pilosidad estrellada, más densamente pubescentes en el envés.



Los cardos queseros mediterráneos

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Sus filamentos estaminales son el cuajo vegetal

Además del cuajo animal, utilizado en la actualidad en las queserías industriales y también vendido desecado en pequeños tarros en farmacias y tiendas de macrobiótica, obtenido de los jugos del estómago de un cabrito o un becerrito o del cuarto compartimento, llamado precisamente cuajar, del estómago de un ternerito todavía lactantes que en su corta vida de unas pocas semanas sólo se hayan alimentado de la leche de su madre, para cuya obtención hay que sacrificar forzosamente al bebé-animal, existen muchas sustancias vegetales capaces de cuajar la leche, desde el simple zumo de limón, el vinagre, la savia lechosa de las higueras, la savia de las diferentes especies de Galium y sobretodo los filamentos estaminales de la mayoría de cardos como el lampazo, Arctium lappa, aunque los que mejor resultados dan son los de las especies del género Cynara, utilizados desde hace varios milenios por los pastores de cabras y ovejas de los países mediterráneos y las Islas Canarias para elaborar de una manera artesanal sus quesos tradicionales. 

Existen también especies microbianas, como algunos Lactobacilus, capaces de cuajar la leche en forma de yogour o de cuajada más o menos compacta, utilizados por algunas tribus asiáticas como los mongoles de las mesetas del Asia Central para cuajar la leche del bóvido yak y del camello bactriano. Éste sería pues lo que podríamos llamar cuajo microbiano.

Lógicamente en un mundo tan artificial como el nuestro existe también el cuajo sintético, pero mejor no hablemos de química que ya bastantes sustancias cancerígenas consumimos cada día en toda clase de alimentos elaborados.

El género Cynara cuenta con una docena de taxones repartidos por todos los países que circundan la vieja Cuenca Mediterránea y las Islas Canarias. Con los filamentos estaminales de las inflorescencias de todos los taxones se puede obtener un excelente cuajo vegetal, aunque por la gran calidad de la cuajada obtenida destacan las especies silvestres Cynara humilis, Cynara cardunculus y la cultivada Cynara scolymus, la alcachofera. Los entendidos en quesos prefieren los filamentos de las especies silvestres, pues con su cuajo se obtiene una cuajada más consistente, menos blanda que con el de la alcachofera, lo cual facilita su separación del suero para elaborar unos quesos deliciosos.

Cynara humilis

Cynara humilis en los alrededores de Jimena de la Frontera, provincia de Cádiz, a mediados de mayo.
(Recomiendo ampliar las fotos con un doble click)

Cynara humilis en Arcos de la Frontera, Cádiz, a principios de mayo.

 
  Capítulo floral de Cynara humilis gaditana.

Dos Cynara humilis en el campo del término municipal de Moncarapacho, Algarve, Portugal, una con flores violetas y la otra con flores blancas.

 Hoja espinosísima de Cynara humilis.

Capullo floral de Cynara humilis.

 Capítulo floral de Cynara humilis del Algarve a principios de mayo.

Filamentos estaminales del capítulo floral anterior.

 Capítulo floral de Cynara humilis albina con los filamentos estaminales blancos, fotografiada en Moncarapacho, Faro, Algarve, Portugal, a mediados de mayo.

Filamentos estaminales albinos de Cynara humilis.

Bellísima imagen del capítulo floral anterior.

Cynara cardunculus

Cynara cardunculus fotografiada en mayo en la falda sur del Monte Sâo Miguel, situado en el Algarve, cerca de la ciudad portuguesa de Faro.

Detalle de las hojas y capullos florales de la planta anterior con sus temibles espinas.

Cynara cardunculus en el municipio mallorquín de Algaida a principios de mayo.

Detalle de las temibles espinas que protegen las hojas y los capullos florales.

Hoja espinosa de Cynara cardunculus.

Capítulo floral de Cynara cardunculus, cultivado como cardo quesero en una finca del centro de la Isla de Mallorca.

Capítulo floral anterior protegido por peligrosas espinas finas como agujas.

Filamentos estaminales del capítulo floral anterior.

Cuando los filamentos están en su momento de máximo desarrollo se arrancan y se dejan secar en un lugar sombreado. Pueden utilizarse directamente en fresco o guardarse ya secos, conservando así sus enzimas activos durante dos años. Cuando se quiere elaborar un queso se humedecen los filamentos en agua, luego se machacan en un mortero y la pasta obtenida se disuelve en agua, se filtra y se añade a la leche. Otra manera más limpia consiste en meter la pasta machacada en una tela de algodón atada a modo de talega, que luego se sumerge en la leche para que los enzimas se disuelvan en ella y la cuajen, tras lo cual se saca la bolsita de cuajo vegetal y queda una cuajada limpia sin pequeños restos vegetales.

Capítulo floral anterior tras la dispersión de las semillas por el viento en agosto.

Semilla de Cynara cardunculus con su vilano que funciona como las aspas de un helicóptero. La más simple brisa lleva volando la semilla lo más lejos posible de su madre.

Semillas de Cynara cardunculus recogidas en agosto.

Diminuta Cynara cardunculus recién nacida en septiembre de una de las semillas anteriores.

Cynara scolymus

Alcachofera blanca, Cynara scolymus, cultivada en una finca de secano del municipio mallorquín de Algaida.

Grandes hojas sin espinas de alcachofera blanca.

  Alcachofera cordobesa muy alta de hojas muy blancas y alcachofas pequeñas y redondeadas.

Alcachoferas mallorquinas de color morado.

Alcachofa mallorquina muy tierna. Su sabor y textura son inigualables.

Alcachofa mallorquina en plena floración.

Filamentos estaminales de alcachofera, Cynara scolymus.

Para elaborar un queso de un kilo se necesitan aproximadamente 10 litros de leche de vaca, cabra u oveja, los filamentos de Cynara frescos o secos que caben en una mano, un mortero para machacar los filamentos, un simple pañuelo blanco de algodón para poner dentro a modo de bolsita o talega el cuajo vegetal, un cuchillo para cuartear la cuajada, una tela limpia de algodón para recoger en ella la cuajada, algún sistema de prensado para eliminar el suero y sal.

Cynara scolymus x cardunculus

Fantástica alcachofera híbrida entre Cynara cardunculus y Cynara scolymus de la variedad morada mallorquina.

Alcachofas ligeramente espinosas del híbrido anterior.

Alcachofera híbrida entre Cynara cardunculus y alcachofera cordobesa.

Alcachofas del híbrido anterior mucho más espinosas.

Primera flor abierta de alcachofera híbrida.

Filamentos estaminales de la alcachofa híbrida anterior.

El nombre del género procede del griego antiguo χυνάρα (leído como jinára), procedente a su vez de χυων-χυνός (leído como jión, jinós) que significa perro, por el gran parecido entre la dentadura de un perro y las brácteas involucrales de las inflorescencias de las especies del género Cynara, como se puede ver en esta foto. Del griego pasó al latín clásico como cinara con el significado de cardo.



El fascinante mundo de los helechos.

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De la espora al esporofito: la aventura de la vida.

Ayer trasplanté los diminutos esporofitos de Adiantum reniforme del cultivo de esporas procedentes de Madeira que sembré el 16 de mayo de 2010 en una fiambrera, hace ya casi cuatro años. Las esporas germinaron 27 días después. 

Esporofitos de Adiantum reniforme en el interior de la fiambrera sobre un lecho de musgos filamentosos maderenses, cuyas esporas germinaron al mismo tiempo que las esporas del helecho. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click para ver los detalles.

Para que entendáis el proceso intentaré explicarlo de una manera sencilla, evitando al máximo los tecnicismos botánicos. La secuencia es ésta:

Fronde fértil de un helecho adulto
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Soros
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Esporangios
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Esporas
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Gametofitos o Prótalos
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Oósferas y Anterozoides
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Esporofitos o helechos bebés
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Helecho adulto

Pasemos a desgranar con imágenes cada una de estas etapas de la fascinante vida de los helechos. Empezaremos con la eterna duda de quién fue primero, el huevo o la gallina. Como todavía nadie conoce la respuesta, empezaremos por la gallina, o sea, por un helecho adulto con frondes fértiles en cuya cara inferior están sus órganos reproductivos, los soros.

Bellísimo ejemplar de Adiantum reniforme creciendo en una roca vertical del paradisíaco Bosque de los Tiles de la Isla de La Palma.

Cara superior de una fronde de Adiantum reniforme con su típica forma en abanico paypay chino. El diseño de sus nerviaciones divergentes es bellísimo. Hice esta foto en el fantástico sendero de las Vueltas de Taganana, en el Macizo de Anaga, situado en el extremo norte de la Isla de Tenerife.

Abanico paypay. Esta imagen es propiedad de la web Papercase.

Cara inferior de una fronde con su borde rodeado por soros repletos de esporangios. Fotografía realizada en Madeira.

Soros de Adiantum reniforme cubiertos por una membrana llamada indusio. En el interior de cada uno de ellos se encuentran numerosos esporangios, que en un simil animal vendrían a ser pequeños úteros repletos de esporas. 

Soros de Adiantum capillus-veneris.

Soros de Adiantum hispidulum.

Ya tenemos pues desgranada una parte del proceso reproductivo de los helechos: las hojas o frondes fértiles producen soros repletos de esporangios en cuyo interior se forman las semillas o esporas, o sea,  SOROS --> ESPORANGIOS--> ESPORAS

Fotografía microscópica a 40 aumentos de un soro de Adiantum capillus-veneris, un pariente cercano del Adiantum reniforme. Vemos las nerviaciones divergentes en abanico típicas de todos los helechos de la familia de las Adiantaceae y en el borde de la fronde una membrana en este caso transparente llamada indusio que recubre y/o protege un amasijo de esporangios que parecen bolitas negras. Dentro de cada una de estas bolitas que actúan como uteros diminutos se forman las esporas.

Esporangio de Adiantum capillus-veneris con algunas esporas en su interior tras desplegarse para dispersarlas lo más lejos posible. Vemos el anillo de células anaranjadas que actúan como una placenta alimentando a las esporas y al mismo tiempo van acumulando energía en forma de tensión, de manera que cuando los sensores de humedad y temperatura del helecho detectan que es el momento propicio para parir, liberan la tensión acumulada y el anillo se despliega explosivamente como una catapulta, desgarra la membrana transparente que rodea las esporas y éstas salen disparadas para colonizar nuevos territorios.

En esta imagen podemos ver los esporangios ya desplegados de los soros de un Adiantum trapeziforme tras la dispersión de las esporas. El indusio se ha levantado y los esporangios se han desplegado explosivamente, quedando vacíos y adheridos al borde de la fronde.

Esporangio vacío de Adiantum hispidulum. Se distinguen muy bien todas sus partes. Siguiendo con el simil de un útero animal en la parte inferior de la imagen vemos el esporangióforo que une el esporangio con la cara inferior de la fronde y actúa como un cordón umbilical, absorbiendo la savia directamente de un vaso nutricio de la fronde y transfiriéndola al anillo de células. A su vez cada una de dichas células alimenta unas cuantas esporas, como si de una microscópica placenta se tratase. La membrana transparente que vemos desgarrada sería el equivalente a la membrana amniótica que rodea el feto animal.

Esporangio completamente desplegado de Adiantum reniforme con su esporangióforo o cordón umbilical a la izquierda de la imagen, su anillo de células anaranjadas y la membrana desgarrada.

Esporas doradas de Adiantum reniforme.

Esporas de Adiantum capillus-veneris. 

Todos los helechos de la familia de las Adiantaceae tienen las esporas doradas y más o menos triangulares, recibiendo por ello el nombre de triletas.

Tras la germinación de las esporas, de cada una de ellas brota un amasijo de células verdes sin una forma definida, llamado Protonema. Poco a poco las células se van duplicando, el amasijo va adquiriendo una forma aplanada con raicillas en su parte inferior llamadas rizoides que absorben el agua y los nutrientes del sustrato y el protonema se transforma en un prótalo o gametofito. Las células tanto del protonema como del gametofito, al igual que el núcleo de la espora, son haploides, con la mitad de cromosomas que el helecho-madre.

Gametofitos o prótalos de Adiantum capillus-veneris con sus diferentes partes señaladas con una letra. Los cloroplastos verdes de sus células, equivalentes en los animales a las mitocondrias, realizan la fotosíntesis como cualquier planta.

En cada gametofito algunas células se diferencian en células reproductoras y forman los llamados gametangios, que en la imagen no se ven por estar en la cara inferior. En el centro del gametofito se encuentra el gametangio femenino, llamado arquegonio, que genera una única oósfera, es decir, un único óvulo femenino. Bajo las dos alas del prótalo o gametofito se encuentran los gametangios masculinos, llamados anteridios, que generan los anterozoides, es decir, los espermatozoides masculinos. 

Los anterozoides son flagelados. Pueden moverse como los espermatozoides animales gracias a unos flagelos móviles parecidos a los cilios de los paramecios. La oósfera emite la fitoferomona ácido málico, el perfume de las manzanas, que atrae irresistiblemente a los anterozoides que nadan hacia ella con la ayuda de los flagelos. Como ocurre en la reproducción de los animales, el anterozoide más sano y vigoroso llega el primero y fecunda la oósfera, dando lugar a una célula diploide que enseguida empieza a duplicarse alimentada por los rizoides del gametofito y se transforma en un embrión o esporofito, el cual a los pocos días emite su primera fronde y tras una larga infancia y adolescencia se transforma en un helecho adulto. 

 En el caso del Adiantum reniforme la primera fronde parece una raqueta de tenis con su pecíolo negro. Las siguientes frondes irán adquiriendo la forma típica en abanico paypay. En la imagen se ven muy bien los rizoides o raicillas en la parte inferior de los gametofitos.

Y este bellísimo Adiantum reniforme fotografiado en las afueras de la ciudad de Funchal de la Isla de Madeira es el padre-madre de los esporofitos de la foto anterior. Este helecho es una reliquia antediluviana, un verdadero fósil viviente que lleva muchos millones de años sobre la Tierra.



Quercus híbridos: un reto para los dendrólogos

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Hoy os quiero hablar de mis cinco robles híbridos de 31 años de edad que compiten en belleza y majestuosidad con los árboles más hermosos de mi jardín. Sembré las bellotas en otoño de 1982. Tenía yo entonces 26 añitos de nada. Ha pasado tanto tiempo... Voy a seros sincero. Siento debilidad por los Quercus. Son mis "niños" mimados, mis preferidos, los hijos de mi juventud, pero no se lo digáis a los demás árboles. Se pondrían celosos y tristes y podrían morir de pena. Son tan sensibles... Cuando paso bajo su inmensa copa me gusta acariciarles la corteza y decirles cosas bonitas con el pensamiento. Nos entendemos sin palabras.

Quercus progenitor con una copa espectacular brotando en primavera. Crece en un torrente de Mallorca rodeado por un bosquete de robles más jóvenes.

 El más majestuoso de mis robles híbridos con sólo el 30% de las hojas persistiendo sobre las ramas a principios de invierno. Es tan alto que el sistema de bancales o terrazas de mi jardín me ha impedido sacarle una foto al completo.

Los cinco híbridos son hermanos, hijos del mismo árbol, producto más que probable de una autopolinización del progenitor consigo mismo o bien de una polinización cruzada con el polen de sus hijos. Sea como sea, tanto el árbol-madre como los hijos, nietos y biznietos que lo rodean llevan todos los mismos genes. Serían pues practicamente clónicos entre si. 

Conocer la identidad de los abuelos, los progenitores de su madre, sigue siendo un gran reto, una asignatura pendiente para los botánicos y genetistas de la Universidad de las Islas Baleares. La versión más ampliamente aceptada es que se trata de un Quercus x cerrioides, híbrido entre Quercus faginea y Quercus pubescens, con algún gen de Quercus canariensis y/o de Quercus pyrenaica, pero viendo el desdoblamiento de las características fenotípicas que presentan sus hijos, ya no sé qué pensar. Lo que más me desconcierta es la caducidad de sus hojas, que por sus supuestos progenitores deberían ser marcescentes, es decir, tendrían que persistir secas sobre el árbol durante todo el invierno hasta la brotación primaveral. Los inviernos muy cálidos con temperaturas superiores a +5ªC la mayoría de hojas persisten verdes sobre el árbol sin secarse y caen todas a la vez justo cuando empiezan a brotar las nuevas yemas en primavera. Mis híbridos serían pues semi-caducos, pero no marcescentes.

Últimas hojas sobre uno de los híbridos.

Se sospecha que el árbol original no es autóctono, que alguien lo sembró hace un par de siglos. La versión más romántica dice que podría tratarse de una reliquia del Cuaternario.

 Ampliando esta imagen con un doble click podéis ver un Quercus pubescens, sinónimo de Quercus humilis, fotografiado hoy mismo, con sus típicas hojas marcescentes, que permanecen secas sobre el árbol hasta la primavera. Me lo traje del norte de Portugal hace 27 años. Medía entonces unos 30 centímetros y crecía en un terreno rocoso muy seco.

Hojas marcescentes del Quercus pubescens anterior.

 Microfotografía con iluminación de superficie de los tricomas de la pilosidad del envés de una hoja de Quercus pubescens.

Brotación primaveral a finales de marzo del Quercus pubescens anterior.

Joven Quercus pyrenaica de unos 7 años, fotografiado esta misma tarde con sus hojas marcescentes, retorcidas y resecas, persistiendo sobre el arbolito. Lo sembré de una bellota que me trajo un amigo de un parque de la ciudad checa de Praga.

Hojas marcescentes del Quercus pyrenaica anterior. Si se arranca una hoja, el pecíolo deja una heridita bien verde en la corteza de la rama. Aunque parezca muerto, en realidad simplemente duerme, hiberna, espera.

 Ampliando esta foto con un doble click podéis ver las hojas de dos de los hermanos, los dos más imponentes, que superan con creces los 10 metros de altura. Las dos hojas de la izquierda, más redondeadas y pequeñas, pertenecen a un ejemplar fértil, que produce polen y bellotas viables. Sus hojas ovaladas tienen dientes más o menos rígidos en el margen y la mayoría de ellas presentan 11 nervios. Las dos hojas de la derecha, más grandes y alargadas, pertenecen a un ejemplar semi-estéril con polen viable y flores femeninas abortadas que no llegan a madurar. Tienen 7 pares de nervios y el margen ondulado.

Hoja del híbrido semi-estéril de la foto anterior con el envés recubierto por una finísima pilosidad blanquecina.

Microfotografía del envés de una hoja con la estructura celular y los tricomas de la pilosidad, más abundantes sobre el nervio central.

 Microfotografía con iluminación de superficie de los tricomas de los Quercus híbridos.

Flores masculinas con polen viable del híbrido semi-esteril de las fotos anteriores.

 Detalle de las flores masculinas anteriores a finales de marzo.

Flores femeninas aparentemente normales del híbrido semi-estéril anterior cuyo ovario aborta tras la fecundación y no llega a madurar ninguna bellota.

Bellotitas abortadas que no se desarrollan y caen por contener un embrión inviable.

Los cinco híbridos tienen las hojas diferentes, tanto que no parecen descendientes de la misma madre. Coinciden, eso si, en la longitud del pecíolo que oscila entre uno y dos centímetros y en la fina pilosidad afieltrada que recubre el envés de sus hojas. Dos de ellos son semi-estériles, no producen bellotas. Uno de ellos, hoy, dia 11 de enero de 2014, ya ha perdido todas sus hojas. A otros dos les queda un escaso 10% de hojas sin caer, la mayoría secas. Finalmente, los dos restantes, los de la foto combinada, conservan alrededor de un 30% de hojas, bastantes de ellas todavía verdes.


Espero la opinión de los expertos en robles y encinas. Si no conseguimos descifrar el jeroglífico, en unos pocos años el estudio del genoma nos sacará de dudas. Seguro que habrá sorpresas. Los robles y encinas, al igual que los helechos del género Asplenium, tienen una fuerte tendencia a hibridar. Algunos entendidos aseguran que en nuestros bosques hay casi tantos Quercus híbridos como especímenes puros.

Y para acabar, aquí tenéis una hermosa chicharrita, Cicada orni, perfectamente camuflada sobre la rama de uno de los híbridos.



Bellotas dulces: un manjar de dioses

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De comida para cerdos a delicatessen

Hace 33 años mi madre compró un kilo de bellotas dulces a un campesino que las vendía en el mercado semanal del viernes de mi pueblo natal. Entonces más que ahora se consumían como si fueran castañas, las castañas de Mallorca, ya que en la isla al tener tierra calcárea no pueden vivir los castaños, pues la cal les bloquea la absorción de hierro en las raíces. Recuerdo que eran un festín para toda la família. Las solíamos comer asadas en las brasas y estaban deliciosas. También las consumíamos crudas tal cual, simplemente peladas. Las de aquel campesino estaban tan dulces y eran tan grandes que a mi madre se le ocurrió la brillante idea de sembrar un par de aquellas bellotas en dos macetas. En la primavera de 1981 nacieron dos diminutas encinas. Nueve años después, cuando compré el huerto, mi madre me las regaló. Seguían en la misma maceta y medían unos 70 centímetros. Las sembré enseguida y ahora son dos encinas imponentes que cada otoño producen muchos kilos de bellotas dulcísimas.

Bellotas de las dos encinas de mi madre. La mayoría son dulces y más de una extremadamente dulce. A veces encuentro alguna ligeramente amarga, tal vez por proceder de una flor fecundada con el polen de una encina silvestre de la garriga montañosa que rodea el jardín.

Una de las dos encinas dulces de mi madre.
(Recomiendo ampliar las fotos con un doble click para ver los detalles)

Tronco de la otra encina dulce.

Hojas de la encina anterior.

 Bellotas dulces en diciembre.

Según las claves de Flora Ibérica, la encina tiene dos subespecies: Quercus ilex subsp. ilex y Quercus ilex subsp. ballota (sinónimo de Q. ilex subsp. rotundifolia). La subsp. ilex suele tener las hojas adultas lanceoladasu oblongo-lanceoladas con 7-14 pares de nervios, mientras que la subsp. ballota las suele tener de suborbiculares a elípticas o lanceoladas con 5-8 pares de nervios.

Hoy he querido comprobar estas claves en mis dos encinas dulces comparando sus hojas con las de una encina silvestre mallorquina de unos 12 años de edad y con las de una catalana de unos 16 años procedente de una bellota que cogí bajo las hermosas encinas que embellecen la Plaza de Cataluña de Barcelona. 

Las hojas de la encina catalana cumplen con las claves de Flora ibérica como perteneciente a la subsp. ilex. Son claramente lanceoladas y tienen entre 9 y 10 pares de nervios. Las hojas de la encina silvestre mallorquina, bastante espinosas por ser de un ejemplar joven, son muy variables en la forma y todas tienen 8 pares de nervios. La sorpresa han sido las hojas de las dos encinas dulces. Una de ellas (A) las tiene muy redondeadas con sólo 7 pares de nervios, que se correspondería con las claves de Flora Ibérica como de la subsp. ballota, mientras que la otra (B) las tiene más lanceoladas y con 10-12 pares de nervios, que se correspondería con la subsp. ilex. Además esta última, la B, tiene la mayoría de hojas parasitadas por agallas de la mosca Dryomyia lichtensteini y con manchas rojizas por el ácaro Aceria ilicis. La otra, la A, tiene las hojas muy sanas, como se puede ver en la foto, como si tuviera una combinación genética favorable que la hace resistente a estas enfermedades. Al proceder de una bellota y no estar injertadas lo más probable es que sean híbridas, sobretodo la B. Ambas tienen la mitad materna de su genoma procedente de la encina dulce de la subsp. ballota de la que el campesino obtuvo los frutos y su otra mitad, la masculina, bien del propio polen de su madre por autopolinización o bien del polen de una encina silvestre de la subespecie ilex.

A diferencia que en Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha y mitad sur de Portugal, en Mallorca no hay dehesas. Las encinas crecen en abundancia de manera natural en las garrigas, donde forman inmensos encinares, sobretodo en las montañas y en lo que en la isla llamamos "pleta", pero en su mayoría producen bellotas amargas.

 Dehesa gaditana en Arcos de la Frontera.

Dehesa con ganado en Villaluenga del Rosario, cerca de Grazalema.

La pleta mallorquina sería el equivalente a una dehesa en miniatura en un terreno cerrado rodeado por paredes de piedra seca. Otra diferencia con la dehesa es que en las pletas las encinas conviven con olivos, acebuches, coscojas, lentiscos, jaras, aladiernos, carrizos, romero, tomillo y algún pino carrasco. En ellas se sueltan cerdos, ovejas, cabras y a veces algún burro, que mantienen "limpia" la pleta.

 Encinas y pinos carrascos en la alta montaña mallorquina tras una fuerte nevada en marzo de 2005.

En pleno verano mallorquín, que suele ser tórrido y muy seco con hasta 5 meses sin caer ni una gota de lluvia, las sedientas encinas de las montañas alargan desesperadas sus raíces hacia la poca agua que baja por los torrentes hasta secarlos por completo.

Llueva mucho o poco las encinas mallorquinas cada otoño producen grandes cantidades de bellotas, como las amargas de la imagen.


En las fincas dedicadas a cereales en las que en general también se cultivan almendros, algarrobos, higueras, albaricoqueros, ciruelos y olivos a veces se puede ver una gran encina solitaria que ha sido "respetada" por dar bellotas dulces. Otras veces la encina solitaria es un ejemplar silvestre de bellotas amargas que ha sido injertada con estacas de la variedad dulce, como la varias veces centenaria de la imagen en la que se ve muy bien el punto del injerto.


En los inmensos encinares que visten las laderas de las montañas de la Serra de Tramuntana de Mallorca se pueden ver encinas atacadas por múltiples enfermedades. He aquí algunas de ellas:

Rama de una encina silvestre infectada por el hongoascomiceto Taphryna kruchii, ocasionando un crecimiento enanizante y clorótico de las ramillas, lo que recibe el nombre de Injerto de Bruja.

Otro injerto de bruja sobre una rama de una encina.

 Pequeñas agallas en el envés de las hojas de una encina dulce causadas por la parasitación de la mosca Dryomyia lichtensteini. Se ven también manchas rojizas que se corresponden con una pilosidad parda causada por el ácaro Aceria ilicis.

Manchas rojizas del ácaro Aceria ilicis y algunas pequeñas agallas de la mosca Dryomyia lichtensteini.

Agallas anteriores cubiertas por la tupica pilosidad afieltrada que viste el envés de las hojas de las encinas. Arriba hay varias manchas de ácaros.

Agalla de mosca Dryomyia lichtensteini partida por la mitad con un bisturí y vista al microscopio con una larva anaranjada en su interior.

Microfotografía a 40 aumentos con iluminación de superficie de los ácaros Aceria ilicis.

 Agalla roja sobre una inflorescencia masculina de encina causada por la parasitación del himenóptero cinípido Plagiotrochus quercusilicis.

Cada año se repite el ciclo vital del gorgojo de las bellotas de nombre científico Curculio elephas, un coleóptero de la familia de las Corculionidae. La hembra adulta tiene una larga trompa que utiliza para perforar las bellotas, luego se da la vuelta e introduce en el agujero su largo ovipositor depositando un huevo. Cuande éste eclosiona sale una larva blanca que se alimenta de la carne de la bellota abriendo galerías que se van llenando con sus excrementos, como se puede ver en esta imagen. Los frutos parasitados suelen caer prematuramente. Ya en el suelo la larva sigue comiendo hasta consumir todo el interior de la bellota. Luego abre un orificio por donde sale al exterior e inmediatamente se entierra bajo tierra. Pasa así todo el invierno metamorfoseándose en ninfa y en primavera emerge ya como gorgojo adulto y vuelve a empezar el ciclo de su vida.

En las dehesas extremeñas, andaluzas, manchegas y portuguesas y en los encinares y alcornocales no adehesados de otras partes de la Península y las Islas Baleares los cerdos, ovejas, cabras, vacas, jabalíes, corzos, gamos, ciervos y otros muchos animales salvajes, consumen las bellotas parasitadas por el gorgojo y controlan así de una manera natural a este parásito, interrumpiendo su ciclo vital y aumentando así la producción de bellotas sanas.

 Inmenso e impenetrable bosque mixto de encinas y alcornoques en Jimena de la Frontera.

Las bellotas dulces están siendo descubiertas como un fantástico manjar lleno de futuro por los grandes chefs de cocina y por avispados empresarios extremeños, andaluces y portugueses, que apuestan por su aprovechamiento para la alimentación humana. No tardaremos muchos años en deleitar nuestro paladar con turrón de bellota, helado de bellota, bombones de bellota, pan y pasteles de harina de bellota, aceite de bellota, bellotas confitadas como marrón glacés, crema de bellota con chocolate para untar sobre el pan, . . . todo un abanico de posibilidades que revalorizarán las encinas y permitirán la conservación y protección de nuestros inmensos encinares y nuestras fantásticas dehesas.




Cómo hacer una cestita con una hoja de higuera

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Un recuerdo entrañable de mi abuelo paterno

Cuando era un chiquillo, hace cincuenta años, no había la barbaridad de bolsas de plástico que hay hoy en día. A mí me gustaban muchos las moras de zarzamora, eran una golosina y para llevarlas mi abuelo en paz descanse, que se llamaba como yo, mejor dicho, yo como él, me enseñó a hacer una cestita con una hoja de higuera.      


Hoja de higuera de la variedad mallorquina Blava (azul) que produce dos cosechas al año: una de brevas en junio y otra de higos en agosto. 


Doblaba hacia arriba la punta de la hoja y luego plegaba los lóbulos laterales sobre la punta, lo fijaba con un palito como si fuera una aguja imperdible y quedaba como una cestita. 


Cabían dentro muchas moras que yo me comía después una a una como si fueran palomitas de maiz en el camino de vuelta a casa, montados los dos en el carro tirado por Margarita, una burrita diminuta muy peluda y dócil de raza mallorquina que yo quería con delirio. 

 

Su recuerdo entrañable permanecerá para siempre en lo más sagrado de mi memoria. Mi abuelo se fue, la burrita también, ahora hay más bolsas de plástico que hojas de higuera y coger frutos de zarzamora ya no es un divertido juego de niños. 

 

Recordar estas cosas de mi infancia me duele en el corazón. Me gustaba tanto ir al campo con mi abuelo . . . Me enseñó tantas cosas . . . Yo le hacía preguntas y más preguntas: "¿Y este árbol cómo se llama, abuelo? Y él me respondía: "Es un ciruelo de frare roig (fraile rojo). Lo injertó mi abuelo en paz descanse cuando yo era un niño como tú. Se llamaba Tomeu y era muy pobre. Su padre era alfarero y se llamaba Guillem. Vivían en un pueblo vecino muy pequeño llamado Olleríes."


Cada año por la feria del pueblo venían padre e hijo con dos carros cargados a rebosar a vender sus productos de barro cocido. Amortiguaban los golpes de los baches del camino sin asfaltar interponiendo mucha paja entre las piezas de alfarería.

 

Un año mi abuela Margalida (habla mi abuelo Joan de su abuela que nació hacia el año 1830), que era hija única y heredera de un gran cortijo llamado Son Fullana acudió con su madre a feriar a la plaza del pueblo. Margalida quería comprar un macetón para sembrar una palmera. "Madre, no miréis las aceitunas que nosotros ya tenemos para regalar y vender, venid conmigo a escoger una maceta en aquella parada de alfareros." (En Mallorca los jóvenes todavía hoy en día tratan de vos a los mayores)

Ay cuando Margalida vio a Tomeu, el alfarero joven y Tomeu vio a Margalida, cómo se gustaron, ella, bien curra, ataviada con el vestido de los domingos con un velo blanco de soltera bordado con flores rojas y la cara enharinada para parecer más blanca y fina y él, alto, guapote, de osamenta grande, ojos despejados y una sonrisa tan embrujadora que Margalida quedó fulminantemente enamorada. Tuvieron que esperar todo un largo año a la siguiente feria para volverse a ver. Margalida lo tenía muy claro: "O me caso con este alfarero o me hago monja de clausura."

El día de la feria se vistió bien guapa con su falda almidonada, su chal celeste bordado con las estrellas del firmamento, su velo de soltera, sus medias blancas como la nieve y sus zapatos negros con dos dedos de tacón, se volvió a enharinar la cara, se frotó unas gotas de esencia de rosas en su pelo castaño y del brazo de su madre acudió a su esperada cita en la parada del alfarero. "Madre, me tenéis que ayudar, os lo ruego. El alfarero joven tiene que venir con nosotras al cortijo hoy mismo y sea como sea debe quedar en Son Fullana como mozo de labranza."


Cuando estuvieron delante de la parada de los alfareros, Margalida y Tomeu se miraron a los ojos, se leyeron el alma, pensaron lo mismo, se sonrieron con complicidad y el muchacho les dijo: 

- ¿Quieren alguna tacita las señoras de Son Fullana. Las tengo muy finas y delicadas? 

- ¿Y tú cómo sabes que somos de Son Fullana? - le espetó la madre.

- Me lo ha dicho un mirlito blanco por el camino. - le contestó Tomeu con una sonrisa encantadora.

A Margalida le hizo mucha gracia su respuesta y se echó a reir. Le gustaba tanto Tomeu . . . A la madre no le hizo ninguna gracia, pensó que se mofaba de ella, pero había prometido a su hija que la ayudaría a conseguir al muchacho, hizo un esfuerzo, se tragó el orgullo y le preguntó:

- Escucha, alfarero, ¿te gustaría trabajar en Son Fullana?

- Si me lo pide vuestra hija, sí.

-Vaya sinvergonzón, no corras tanto.

Margalida estaba encantada. Sólo faltaba convencer a su padre. Nadie sabe cómo lo hicieron, qué astucias de mujer utilizaron, pero a Tòfol de Son Fullana le cayó tan bien Tomeu que lo contrató enseguida como mozo de labranza. Viviría en el cortijo y por la noche dormiría en el pajar envuelto en una manta. Tòfol siempre había deseado tener un hijo varón. 

Tomeu era muy trabajador y muy avispado y pronto ascendió de mozo a capataz. Una madrugada se montó en una mula y fue a buscar a su padre para que pidiera a Tòfol la mano de su hija. Los dos futuros consuegros congeniaron enseguida. Guillem le dijo la verdad, que era muy pobre y no podía aportar nada al matrimonio. A Tòfol no le importó. Se había encariñado con el muchacho. 

Sólo un año después de llegar al cortijo el humilde alfarero se casó con la rica heredera de Son Fullana en la Ermita de la Mare de Déu de Castellitx, que 600 años atrás había sido una mezquita musulmana. Margalida lo había conseguido, ya tenía lo que quería. Fueron un matrimonio bien avenido y tuvieron ocho hijos, cuatro varones y cuatro hembras. Uno de los varones fue el padre de mi abuelo.

Cestita llena de ciruelas de frare roig, frutos de un árbol injertado con una estaca del viejo ciruelo de mi tatarabuelo alfarero, que en paz descanse.

Cestita llena de deliciosos albaricoques.

Cestita llena de moras de zarzamora. Como podéis ver a ésta le he puesto dos palitos para que quede más hermética, pero con uno sólo suele ser suficiente.




Mi tatarabuela judía conversa Catalina

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Un entrañable recuerdo que me contó mi abuelo

Antes de proseguir con la lectura, recomiendo leer este inciso aclaratorio, dirigido sobretodo a los no mallorquines:

(En Mallorca a los descendientes de los judíos conversos hasta no hace muchos años se les llamaba despectivamente xuetes. Mi tatarabuela era una xueta. Los cristianos viejos de linaje puro evitaban casarse con ellos, aunque su supuesta limpieza de sangre era mentira. Prácticamente no existe ningún mallorquín, cuyos antepasados lleven varias generaciones en la isla, que no tenga algún antepasado moro o  judío. Los apellidos hablan por si solos y la historia también. Hasta el año 1693 estuvieron expuestos en el claustro de la Iglesia de Santo Domingo de Palma de Mallorca un total de 115 sambenitos de judaizantes ajusticiados y/o represaliados por la Santa Inquisición. Cada sambenito se correspondía con un apellido. En dicho año 1693 la Suprema Inquisición de Madrid ordenó la renovación de los 115 sambenitos que estaban muy deteriorados por el paso del tiempo. La Inquisición de Mallorca se opuso a esta medida, sobornada con suculentas cantidades de dinero por los judíos conversos que ansiaban borrar para siempre el estigma que les marcaba. Sus presiones y sobornos lograron su objetivo y cien sambenitos fueron retirados del claustro y destruidos para siempre, cien apellidos que por la fuerza del dinero dejaron de ser considerados xuetes. Sólo se renovaron 15 sambenitos, los que se correspondían con los judaizantes ajusticiados en la hoguera por la Inquisición de Mallorca desde el año 1675 hasta 1693. Los 15 apellidos de estos sambenitos, verdaderos chivos expiatorios de los otros cien, fueron considerados a partir de entonces como únicos linajes xuetes y sus portadores y descendientes sufrieron la persecución y la discriminación despiadada de los demás mallorquines, incluidos los conversos liberados de su sambenito. Para que os hagáis una idea de la magnitud de la infamia, en pleno genocidio de los judíos de Europa a manos del Nazismo, Hitler solició a Franco una lista de los apellidos xuetes de Mallorca para una futura "limpieza" y nuestro Generalísimo se la mandó, incluyendo los 100 apellidos eliminados del claustro de Santo Domingo. Para no herir sensibilidades ni ofender a nadie me abstengo de exponer aquí los 120 apellidos de la infame lista nazi.)


Los padres de Catalina Gual Albons, mi tatarabuela judía conversa de Felanitx, no podían aguantar más, el vaso ya rebosaba. Estaban desesperados. Tanta hambre, tanta miseria y tanto desprecio de sus vecinos de "sangre limpia" les habían llevado a una situación insoportable. En la barriada de Felanitx donde vivían, el gueto de los judíos conversos (Call de xuetes en mallorquín), todos los vecinos lo pasaban muy mal, pero se ayudaban entre ellos compartiendo lo poco que tenían. El padre de Catalina era  colchonero. Se llamaba Joan. Con su mujer María deshacían los colchones sacando la lana de la tela que la contenía, luego la lavaban con lejía de cenizas, la ponían al sol y cuando estaba bien seca, la extendían sobre una gran sábana de hilo de cáñamo y Joan le daba una buena tunda con un palo de acebuche hasta que estaba bien esponjada y mullida. Entonces llenaban la tela con la lana limpia compartiéndola bien por todos los recovecos y cosían el colchón con hilo de algodón blanco. Tres o cuatro días de penoso trabajo por sólo tres reales de vellón y todavía lo encontraban caro los cristianos viejos. Como propina siempre les acababan lanzando el típico insulto racista de "xuetonarros" (el equivalente en Castilla sería “marranos”). Con lágrimas en los ojos Joan reunió a su mujer y a su hija y les dijo: "María, Catalina, tenemos que partir a la aventura a buscarnos el pan lejos del pueblo, no tenemos otra salida. Aquí moriremos de hambre". "Ay Virgencita Santa, qué será de nosotros" - exclamaron ellas llorando desconsoladas.



Con el corazón en un puño recogieron lo poco que tenían, lo cargaron en un carro de rueda llena tirado por un asno viejo y partieron a la aventura sin norte. Pasaron por el vecino pueblo de Porreres pero cuando los porrerenses les escucharon hablar con su típica È del gueto de judíos conversos de Felanitx, diferente a la É de los felanigenses de sangre limpia, supieron enseguida de dónde eran y les mandaron a cribar humo. Se paraban en todos los cortijos que veían, pero nadie les quería dar ni trabajo ni morada. Catalina lloraba perque tenía mucha hambre y sólo llevaban dos docenas de higos secos. Pasaron por Montuiri y tampoco tuvieron suerte. Nadie necesitaba ni jornaleros ni criadas. El día acababa, la oscuridad ya se había hecho la dueña y empezaba a hacer frío. Había allí cerca una encina gigantesca tan alta que bajo su copa cabía un carro. Desguarnecieron el asno, lo ataron a un acebuche con una cuerda larga para que pudiera pacer y llenarse la barriga y ellos extendieron una manta sobre la hojarasca de la encina y se echaron sobre ella con una tristeza inmensa en su corazón y un vacío de hambre espantoso en su vientre que les retorcía las tripas. Se cubrieron con otra manta, se metieron un higo seco en la boca para engañar el hambre y se desearon buenas noches sin cenar.



Catalina se echó de lado y notó que bajo su manta había una piedra, la tocó con la mano y fue una bellota como un huevo de paloma. 

- Madre, he encontrado una bellota bajo la manta. 

- Pruébala y si está amarga no te la comas, que te hará daño

La niña le dio un mordisco y fue más dulce que un azucarillo. Con el hambre que tenían dieron una patada a la manta y a oscuras, tanteando tanteando el suelo, recogieron un almud de bellotas. Ya tenían para cenar. Os aseguro que su dentadura echaba humo. En una exhalación, como quien ve pasar una estrella fugaz, se las zamparon todas y con la barriga bien llena durmieron como lirones.


Al día siguiente al alba se levantaron muy animados, recogieron dos almuds de bellotas dulces para pasar el día y cuando partían vieron a lo lejos un manzano tardío cargado de frutos. 

- Madre, ¿puedo ir a coger media docena de manzanas? 

- Catalineta, las manzanas no son nuestras. Si su dueño nos ve robándoselas podemos tener un disgusto. Somos judíos conversos y pobres, pero no somos ladrones. Recuérdalo siempre. 

- Maria, deja que la niña vaya a buscar unas cuantas para ella, no seas así. - le dijo su marido.

Catalina bajó del carro de un salto y corrió hacia el manzano. Estaba cargado de fruta y las ramas le colgaban hasta el suelo de tanta que llevaba. La niña se acordó de sus padres y para que ellos también pudieran comer arrancó cuatro hojas grandes a una higuera que había allí cerca y con media docena de palitos de brezo seco hizo una cestita. La llenó de manzanas y volvió al carro cantando de contenta.


Me voy a la aventura a correr mundo,
con mi padre, mi madre y un burro viejo.
Soy tan pobre que ni tengo pan duro,
 para llenar mi estómago hambiento,
pero sé hacer cestas bien bonitas,
con cuatro hojas cosidas
y unos palitos secos.



Joan y Maria la miraban y sonreían, pero en su corazón de padres lloraban. "¿Qué será de nuestra hijita cuando nosotros faltemos?" La niña subió al carro y ofreció una manzana a su padre y a su madre acercándoles la cestita. "Probadlas, son un poco aciditas y tienen algún gusano pero a mí se me antojan muy buenas".



Partieron hacia Algaida pensando que aquel pueblo estaba tan lejos de Felanitx que nadie les conocería y tal vez tendrien suerte. Llegaron al hostal de Can Mateu, pararon el carro y Joan bajó para preguntarr a los amos si sabían de algún cortijo donde necesitasen jornaleros o criadas. Justamente había un hombre charlando con el amo que era pariente del dueño del cortijo de Can Merris y cuando escuchó a Joan le dijo: 

- Buen hombre, habéis venido a preguntar a un buen sitio, yo os puedo ayudar. Mi primo de Can Merris ha quedado solo en el mundo. Ayer enterró a su madre y hace tres meses a su padre. Ya tiene tres jornaleros, pero le vendría muy bien una criada que le adecentase la casa.

- ¿Y por donde queda Can Merris?". 

- Id hacia la plaza del pueblo y preguntad allí. Todo el mundo conoce su paradero. 



Joan tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no echarse a llorar, tan grande era la alegría que sentía en su corazón. Dio un abrazo a aquel hombre y otro al amo del hostal y corrió hacia el carro. "Un hombre me ha dicho que en un cortijo necesitan una criada. El amo está solo y no tiene a nadie que le lleve la casa. Vamos enseguida y que el Buen Jesús y la Virgen María nos acompañen en el camino". Maria y Catalina se echaron a llorar de alegría. "Gracias, Purisimita Santa." Al fin tenían una esperanza para escapar del hambre y la miseria.


- Buenos días nos dé Dios, buen hombre, ¿sois el amo de Can Merris?

- Buenos días. Si, por él me tengo.

- Nos han dicho que necesitáis una criada. 

- Y tanto que la necesito. Ayer enterré a mi madre y ahora estoy solo en el mundo. ¿Acaso buscáis trabajo?

- Para esto hemos venido. Nos gustaría trabajar, yo de jornalero y mi mujer y la niña de criadas, si a vos os parece bien.

- Ya lo creo, bien del todo, no podíais llegar en mejor momento. ¿Y la niña que es soltera? 

- Si, bien soltera es ella. 

- Yo también soy soltero y todo el mundo me dice que me case, que me busque a una mujer que me cuide y me haga compañía. 

- La niña sólo tiene trece años, pero si tenéis un poco de paciencia y a ella le parece bien, dentro de un año os podréis casar. 

- Me dáis una alegría. ¿Y cómo se llama, si se puede saber y no es demasiado preguntar?

- Le pusimos Catalina al bautizarla, como mi difunta madre en paz descanse.



A Catalineta aquel jovenzuelo diez años mayor que ella le cayó bien, le entró por el ojo derecho. Le parecía un sueño de príncipes y princesas convertirse en la señora de Can Merris, una judía conversa que no tenía donde caerse muerta, casada con el dueño de un gran cortijo. Sonaba bien. A su padre también le cayó bien Monserrate de Can Merris y más cuando supo que su apellido era Oliver. Todo el mundo en Mallorca conoce el dicho: "Oliver, xueta vertader." Así se conservaba la raza, pero Joan no se lo dijo a Monserrate para no ofenderle, pues precisamente el sambenito Oliver fue uno de los que fueron eliminados del claustro de Santo Domingo.



La casa era tan grande que hubo sitio para todos. No hizo falta que durmieran en el pajar. Maria y Catalineta enseguida se pusieron a adecentar la casa, luego prepararon un excelente guiso con dos pichones y antes de acostarse limpiaron la artesa, echaron en ella medio saquito de harina, agua y un poco de levadura, amasaron bien la mezcla y les salieron media docena de panes que dejaron leudar toda la noche tapados con una manta. Al alba Joan y Maria se levantaron, se lavaron la cara con agua fresca, llenaron el horno con haces de leña de almendro, le prendieron fuego y cuando las paredes y el techo del horno estuvieron bien blancos, metieron los panes. Una hora después sacaron el primero bien tostado que desprendía un aroma exquisito y Catalina lo llevó al amo para que desayunase. A Monserrate le gustó tanto aquel detalle que abrió el cajón de un cantarano, sacó una sortija de oro con piedras preciosas de su difunta madre y se la puso a Catalina en un dedo de su mano derecha diciendo: "A partir de ahora tú eres la señora de Can Merris."



Fueron un matrimonio bien avenido y tuvieron un hijo, Macià, que murió muy joven de tuberculosis y tres hijas, Margalida, Maria y Catalina. La más pequeña, Catalina Oliver Gual, que como tercera hija llevaba el nombre de su madre, fue la madre de mi abuelo de Can Menut, el padre de mi madre, que también se llama Catalina como su bisabuela judía conversa de Felanitx.
 
Monserrate de Can Merris murió en 1913 cuando tenía cincuenta años y su mujer felanigense, la niña judía conversa que pasó tanta hambre, vivió ochenta años y tuvo tiempo de conocer a sus nietos y también de enterrar a su tercera hija Catalina, mi bisabuela, que murió del sarampión con cuarenta años, sólo veinte días después que su hijo Monserrate, que antes de morir a los dieciseis años contagió el sarampión a su madre. Da escalofríos pensar en el drama que vivió la familia.




Sobrasada casera con miel

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Hace 50 años la matanza del cerdo era una gran fiesta para cualquier familia de Mallorca. A mí me gustaba mucho observar todo cuanto hacían los mayores con el cerdo. Lo único que no podía soportar era ver cómo lo mataban. Aquella puñalada brutal directa al corazón me aterrorizaba y los gruñidos primero de dolor y pánico y luego agónicos del pobre animal me provocaban pesadillas. A esto los psicólogos le llaman empatía y era precisamente este sentimiento, el ponerme en la piel del puerco y sentir lo que él sentía, lo único que realmente me angustiaba de todo el festejo. Tenía yo entonces sólo siete años. Para no verlo y al mismo tiempo para que no me acusasen de miedica me hacía el fuerte y con astucia decía que yo le aguantaría la cola. De esta manera no veía más que el trasero del cerdo y cuando dejaba de moverse ya sabía que aquel asesinato con premeditación, nocturnidad y alevosía había concluído. 

Entonces me desplazaba hacia el otro lado de la banqueta para ver la cabeza, entre pálida y amoratada, del cadáver de la víctima del delito. No se me pasaba ningún detalle: los ojos entreabiertos y llorosos del cerdo, su lengua colgante y babeante, el terrible agujero de la puñalada y sobretodo el barreño de arcilla cocida lleno de sangre humeante cubierta de espuma. Nunca me ha impresionado la sangre, sólo el sufrimiento. 

Cuando 16 años después me licencié en medicina en Barcelona, recuerdo que uno de mis primeros trabajos fue una sustitución de tres semanas en un pequeño pueblo de montaña de Mallorca. No tenía ni siquiera el carnet de conducir. Para atender las visitas a domicilio me desplazaba por el pueblo con una mobilette que mi madre me había prestado. Por las tardes y noches vivía, hacía las guardias y atendía las urgencias en la misma casa del médico a quién sustituía. Os aseguro que estaba realmente acojonado con mis 23 añitos y recién salido de la facultad. 

Justamente la primera tarde vino un hombre joven con una herida en la pantorrilla que sangraba abundantemente. Sabía perfectamente cómo suturársela, pero era tan novato, me sentía  tan inseguro y me puse tan nervioso que cuando llegó el momento de llenar la jeringuilla con la anestesia no hice bien el movimiento seco para romper el cuello de la ampolla, se me chafó el cristal entre los dedos y un fragmento se me clavó en el pulpejo del índice de la mano derecha. El dolor fue tremendo pero tenía al herido tendido boca abajo sobre la camilla y no podía montar ningún númerito. Así que me tuve que hacer el fuerte y disimular. 

Me saqué el cristal del dedo, me lo rodeé con una gasa, cogí otra ampolla, esta vez la abrí bien, llené la jeringuilla y le puse varias inyecciones alrededor de la herida para anestesiársela, mientras de mi dedo goteaba mi propia sangre a través de la gasa que se mezcló con la que le brotaba al pobre hombre, que por suerte no se dio cuenta de nada. Suspiré aliviado. Había que esperar unos minutos a que el medicamento le hiciera efecto y aproveché para meterme en la cocina. Me lavé la mano ensangrentada en el chorro del grifo, me la sequé, me desinfecté la herida con Tintura de Yodo, me rodeé el dedo con un esparadrapo bien apretado, me puse unos guantes estériles y procedí a suturarle la herida a aquel joven.

Recuerdo que la mujer del médico al que sustituía me dijo que podía comer lo que quisiera de lo que había en la nevera. Al abrirla encontré una gran sobrasada ya empezada hecha con el sigma-recto del cerdo, lo que en Mallorca llamamos "culara". Estaba tan buena que si la sustitución llega a durar una semana más me la acabo yo solito.

Bueno, basta ya de batallitas de juventud. Hoy quiero compartir con vosotros la elaboración del embutido balear por excelencia, la sobrasada, que si no me falla la memoria es una herencia de Sicilia. Hace unos días me llevé un tremendo susto al leer la etiqueta de una sobrasada comercial. La absurda e irresponsable legislación europea obliga a los fabricantes de embutidos a añadir un montón de aditivos a la carne, convirtiendo unos alimentos sanos y deliciosos en un cóctel de venenos, algunos de ellos con acción endocrina y mutágena y otros cancerígenos: antioxidantes E-301, E-320 y E-321, emulgentes E-450i y E-450iii, conservante E-252, Lactosa, Sacarosa, Dextrosa, o sea, casi más química que carne.

Pasta de sobrasada recién elaborada sin aditivos. Para 750 gramos de carne magra de cerdo, que esta tarde he comprado como bistecs y luego he pedido a la carnicera que me los picase con dos pasadas para que la pasta quedase bien fina, he añadido unos 15 gramos de sal, unos 75 gramos de pimentón dulce y una pizca de pimienta negra molida. No le he añadido pimentón picante porque no me gusta. Hay que amasarla un buen rato con las manos bien limpias. Luego se echa un poco en una sartén, se frie y se prueba. Si le falta sal o un poco más de especias se le añaden al gusto.

Hace 50 años la sobrasada se hacía sin conservantes ni antioxidantes. A la carne finamente triturada simplemente se le añadía sal al gusto, pimentón dulce en abundancia, un poco de pimentón picante para las longanizas "coentes" (picantes) y un pelín de pimienta negra, también a gusto del consumidor. Nada más. Y las sabrasadas duraban perfectamente comestibles y deliciosas hasta cuatro años, tanto que se las solía llamar "sobrassada vella" (vieja) y eran una verdadera delicatessen. Tenían una gruesa capa de moho gris que las conservaba y les confería un delicioso bouquet añejo ligeramente amargo. A mi me encantaba merendar dos rebanadas de pan moreno con una gruesa tajada de sobrasada vieja.

Para conservarla, con los modernos frigoríficos no hace falta meterla en intestinos. Yo la he metido en este recipiente herméticamente cerrado y la iré consumiendo en las próximas semanas. 

Ya que se acercaba la hora de cenar con la sobrasada recién hecha he preparado un delicioso plato agridulce típicamente mallorquín: "Sobrassada amb mel" (Sobrasada con miel). 

Su elaboración ya no puede ser más sencilla. Se echa sobrasada en una sartén antiadherente, se le añade una cucharada de miel, se sofríe bien sin dejar de remover y en un momento tenéis una deliciosa cena para chuparse los dedos.


¡¡¡Buen provecho amigos!!!


Leguminosas arbóreas: vainas y semillas

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Las leguminosas arbóreas, al igual que las arbustivas y herbáceas, son verdaderas campeonas de la supervivencia. Podríamos decir que se las saben todas para perpetuarse sobre la Tierra. Han conquistado todos los hábitats posibles, especialmente los más tórridos y secos. Un ejemplo de ello son las acacias de las sabanas africanas y australianas.

 
 Bellísima vaina en forma de riñón de Enterolobium contortisiliquum, un gran árbol tropical sudamericano que alcanza los 30 metros de altura y un grosor de tronco de dos metros. En sus países de origen le llaman Oreja de negro,  Timbó colorado, Timbó-puitá, Guanacaste y Pacará. Su corteza es muy rica en SAPONINAS, por lo que algunos pueblos nativos la utilizan como jabón. También contiene hasta un 22% de TANINO, siendo usada por ello en la curtimbre del cuero. Me mandaron esta vaina del Uruguay.

 Semilla de Enterolobium contortisiliquum

Todas las leguminosas viven en simbiosis con hongos micorrizas en sus raíces obteniendo ambos organismos un beneficio mutuo: el micelio del hongo absorbe agua y minerales del suelo y los transfiere al árbol, mientras que éste realiza la fotosíntesis en sus hojas y transfiere al hongo azúcares, proteínas y vitaminas. No acaba aquí el mutualismo de las leguminosas. En las mismas raíces, entre la maraña de filamentos del micelio de las micorrizas, viven proteobacterias fijadores del nitrógeno atmosférico que concentran en pequeños nódulos abonando la tierra de una manera natural muy efectiva. 

Gigantesca vaina de Flamboyant, Delonix regia, procedente de un árbol cultivado en un jardín público de la ciudad cubana de La Habana. Esta gran leguminosa tropical es considerada uno de los árboles más hermosos del Mundo, siendo cultivada como ornamental en parques y jardines públicos y privados de todos los países tropicales y subtropicales de la Tierra.

Bellísimas semillas de Flamboyant.

Con estas dos inteligentes estrategias asociativas las leguminosas son capaces de prosperar en tierras muy pobres y secas donde ningún otro árbol podría sobrevivir. Todos tenemos en mente la imagen de las enormes y solitarias acacias africanas del desierto del Kalahari y las sabanas del Serengueti con sus amplias copas aplanadas como parasoles que dan sombra a leones, guepardos, hienas, gacelas y elefantes. Sus nutritivas hojas protegidas por espinas temibles alimentan a las jirafas y a los antílopes y sus vainas son un verdadero manjar para los demás herbívoros. 

Vaina de Caesalpinia ferrea del Brasil y Bolivia. En sus dos países de origen recibe los nombres de Palo de hierro y Árbol leopardo. Su madera de gran dureza y calidad es utilizada en la fabricación de guitarras clásicas. Por desgracia contiene un potente alergeno, el 3,4-dimethoxydalbergion, que provoca sensibilización cutánea y fuertes brotes de dermatitis en los operarios que trabajan su madera. Por suerte la mayoría con el tiempo desarrollan tolerancia al alergeno y pueden seguir trabajando. Esta vaina procede de un árbol cultivado en un jardín del Uruguay.

Semillas durísimas de Caesalpinia ferrea.

Primeras vainas de mi árbol Mundani, Cedro rosado o Lázcar, Acrocarpus fraxinifolius, originario de Asia tropical, que fructificó por primera vez a los 25 años de edad. En las frondosas selvas húmedas de sus países de origen, India, Birmania y Malasia, alcanza proporciones gigantescas. Su madera es rosada con puntitos negros, muy apreciada para la fabricación de muebles delicados. Su rápido crecimiento ha extendido su cultivo forestal en Centro y Sudamérica y en África tropical, donde hay grandes plantaciones de esta leguminosa. Precisamente mi Mundani procede de una semilla traída por un matrimonio amigo de su viaje de Luna de miel a Kenia.
 
 Vaina de Mundani.

Interior de la vaina anterior.

Diminutas semillas de Mundani que al germinar se convertirán en árboles gigantescos.

Las algarrobas son los frutos del algarrobo, Ceratonia siliqua, la leguminosa arbórea más grande y útil del Mediterráneo.

Semillas durísimas de algarrobo, llamadas garrofines, utilizados en la antigüedad como medida de peso para metales preciosos, los llamados quilates. Su pulpa es muy rica en azúcares en una proporción de hasta el 40 - 50%. Con ella se obtiene una deliciosa harina negra que sustituye al chocolate, pues su sabor es casi idéntico. Las algarrobas de Mallorca trituradas sin los garrofines son exportadas a los países escandinavos como pienso para los renos de Laponia.

Abundantes vainas de Leucaena leucocephala, una leguminosa arbórea originaria de México cuyo cultivo se ha extendido a todas las regiones del Mundo con un clima mediterráneo y en muchos lugares se ha convertido en una verdadera plaga invasora. Sus hojas y brotes tiernos contienen hasta un 30% de proteínas y son un manjar delicioso y muy nutritivo para las cabras, ovejas y vacas, por lo que esta planta es cultivada como forraje por los ganaderos. En los mercados mexicanos no es difícil encontrar a la venta sus vainas tiernas y sus semillas que son consumidas por la gente como verdura. 

Sin embargo esta planta aparentemente comestible e inofensiva esconde un veneno peligroso, la MIMOSINA, un alcaloide antimitótico que provoca la caída del pelo del dorso de los animales, les agranda la glándula tiroides causándoles un bocio y les hace perder peso y apetito. Antes de saber esto yo cultivaba varias leucaenas en mi jardín y durante bastantes años me alimenté de sus vainas como si fueran alubias verdes, aparentemente sin ningún efecto negativo en mi organismo. Como ya era calvo, no me di cuenta si perdía el cabello y tampoco perdí peso ni dejé de tener un apetito voraz, lo cual no me hubiera importado, pues siempre me han sobrado bastantes kilos. 

En México saben que si se consume en cantidades pequeñas no tiene ningún efecto negativo para la salud. Otro caso muy diferente es el ganado alimentado casi exclusivamente con leucaena. Durante los primeros meses los terneros ganan peso rápidamente, pero poco a poco la cosa cambia y empiezan a perder el apetito, se les cae el pelo del dorso y en pocos meses adelgazan ostensiblemente por la toxicidad de la mimosina. 

Semillas de Leucaena leucocephala, muy ricas en proteinas y también de mimosina.

Por suerte un investigador australiano, el Dr. Raymond Jones, tras estudiar este problema durante 20 años en plantaciones forrajeras de leucaena de todo el Mundo, encontró la solución en el rúmen de las cabras de Hawai, una bacteria que se alimentaba casi exclusivamente de mimosina, degradándola y eliminándola del tubo digestivo del animal, con lo que desaparecía su toxicidad. En su honor la nueva bacteria fue bautizada con su nombre, Synergistes jonesii.  

Los ganaderos mexicanos de la región del Chaco tuvieron conocimiento del descubrimiento y solicitaron la ayuda del Dr. Jones, quien inoculó experimentalmente la bacteria en el rúmen de un grupo de terneros que se alimentaban exclusivamente de leucaena, dejando otro grupo de control sin inocular. Los animales con la bacteria hawaiana engordaron rápidamente con el nutritivo forraje hiperproteico de la leguminosa y en pocos meses alcanzaron un peso superior a 400 kgrs, mientras que el grupo control sin la bacteria engordó al principio pero rápidamente perdió el apetito, se le cayó el pelo y desarrolló un bocio, no superando los 200 kgrs de peso en el mismo período de tiempo. 

Tras varios experimentos el Dr. Jones concluyó que bastaba inocular la bacteria en el rúmen del 10% de los terneros de un rebaño para que el restante 90% se contagiaran en pocas semanas y el microorganismo pasase a formar parte de la flora bacteriana digestiva de todos los animales. Debía inocularse directamente en el rúmen, pues la Synergistes jonesii es anaerobia y muere fulminada en contacto con el oxígeno del aire.

 Bellísimas semillas de la leguminosa arbórea Azfelia africana con un capuchón anaranjado en su extremo proximal semejante a la cúpula de las bellotas. Vive en todos los países del África tropical donde recibe diferentes nombres: Kankalga, Lingahi, Savanna Doussié o simplemente Azfelia. Su madera de gran calidad fue utilizada en la antigüedad para la construcción naval. Hundido en el agua que rodea la costa de la isla indonesia de Belitung se ha encontrado un barco del siglo IX cuyo casco está hecho con madera de esta leguminosa arbórea. Se ha conservado durante más de un milenio gracias a su resistencia al agua. No dispongo de ninguna foto de sus vainas, ya que estas semillas fueron un regalo de unos amigos. 

 Curiosa disposición en estrella de mar de las vainas de la Acacia farnesiana, un arbusto que puede alcanzar proporciones arbóreas. Es originario de América tropical y subtropical y se cultiva en Europa desde hace cuatro siglos.

Vainas tiernas del Árbol del Coral sudafricano, Erythrina caffra, una planta con una floración espectacular. Su tronco y ramas carecen de madera propiamente dicha. En realidad es una hierba de porte arbóreo cuyo xilema al secarse adquiere la consistencia del cartón.

Vainas maduras de Erythrina caffra que se contraen y abren bruscamente para dispersar las semillas lo más lejos posible de su madre.

 Semillas muy duras e intensamente rojas del Árbol del Coral sudafricano. Hice esta foto y las dos anteriores a principios de mayo en el Jardín Botánico de Lisboa.

Vainas de Ceibo, Bucaré o simplemente Árbol del Coral rioplatense, Erythrina crista-galli, de bellísimas flores rojas, muy apreciado en Argentina y Uruguay, donde es venerado como el árbol y/o la flor nacional.

Semillas de Ceibo rioplatense de un color marrón muy oscuro. Hice esta foto y la anterior en un jardín privado del noroeste de la isla de Mallorca.

Vainas de Tamarindo, Tamarindus indica, importadas de Tailandia, adquiridas en un supermercado de Palma de Mallorca.

Interiorde las vainas anteriores con la famosa pulpa de tamarindo, muy dulce y ligeramente ácida, muy utilizada en la cocina de muchos países tropicales. Si hacéis un doble clic sobre este enlace de audio podréis escuchar la poderosa voz de la famosa Celia Cruz cantando la canción Pulpa del tamarindo.

Lustrosas semillas de Tamarindo. Se encuentran rodeadas completamente por la pulpa y como ocurre en la mayoría de semillas de leguminosas arbóreas tienen una consistencia muy dura.

Vainas del arbusto mediterráneo Anagyris foetida, llamado popularmente algarrobo o altramuz hediondo por la fetidez de sus hojas y sus frutos que avisa de su toxicidad a los potenciales herbívoros. Contiene ANAGIRINA, un alcaloide muy tóxico con propiedades eméticas y purgantes y especialmente peligroso por sus efectos teratógenos sobre el desarrollo de los embriones de los mamíferos y CITISINA, otro alcaloide tóxico con un efecto depresor de la respiración. Este arbusto, que puede alcanzar las proporciones de un pequeño árbol, es una reliquia de la flora subtropical del Terciario y es la única planta europea polinizada por aves, concretamente por currucas y mosquiteros. Sus flores amarillas tienen la forma, el tamaño y la disposición ideal de sus pétalos para que estas pequeñas aves puedan alcanzar con su pico la gotita de néctar del fondo de la flor. Curiosamente el néctar es la única parte de la planta que carece de toxicidad.

Bellísimas semillas azules de Anagyris foetida.


El haya púrpura, un árbol espectacular

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Una mutación llenó sus células de antocianinas

El Fagus sylvatica var. atropurpurea es un árbol de una belleza extraña, sorprendete, impactante. No parece posible que un árbol así pueda ser real. Cuando lo vi en los jardines del "Champ de Mars", muy cerca de la Torre Eiffel de París, no me lo podía creer. Es la oveja negra del jardín, el garbanzo negro, el patito feo, pero su negritud no lo hace nada feo, más bien todo lo contrario. Me quedé extasiado, embelesado, prendado de aquel árbol imponente de un color granate tan intenso que de lejos parecía negro.       

El contraste con el verdor de los otros árboles es lo más bonito, lo más llamativo. Su extraño color es debido a una mutación metabólica que le hace sintetizar antocianinas en cantidades astronómicas, las cuales se acumulan en sus hojas, sus frutos, sus ramillas, sus ramas principales y secundarias y también en la corteza de su tronco. Ampliando las fotos con un doble clic se aprecia mejor su belleza..

Las antocianinas son pigmentos hidrosolubles sintetizados por las células vegetales para protegerse de los rayos ultravioleta del sol, sobretodo en los brotes tiernos de muchas plantas, los cuales cuando maduran pierden el color púrpura o rojo que es superado o enmascarado por el color verde de la clorofila. Además de proteger las plantas de los rayos solares, también se encuentran en muchas flores para atraer a los insectos polinizadores. Las antocianinas pueden ser rojas, púrpuras o azules. Se acumulan en el interior de las vacuolas del citoplasma de las células vegetales y son las responsables, junto con otros pigmentos, del color de los pétalos de muchas flores.

Para que veáis la diferencia en el color aquí tenéis un brote nuevo de haya "normal" con sus frutos amarillos sin antocianinas.

Tal vez lo más espectacular del haya púrpura es su tronco con una corteza de un color intermedio entre negro, gris oscuro y granate. Este otro ejemplar crece en el bellísimo "Jardin du Luxembourg" de París. Le calculé un diámetro de unos 80 centímetros. La corteza es lisa y muy suave al tacto. Seguramente supera el siglo de vida.


Injerto ingles con lengüeta

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Aesculus x carnea sobre Aesculus hippocastanum

Hace unos años una tarde de compras en Alcampo entré en el departamento de jardinería de este centro comercial. En un contenedor de desechos habían tirado varios árboles "muertos" sembrados en bolsa de plástico negra. Algunos no estaban muertos de verdad, sólo "muertos de sed". 

 Fantástico ejemplar de Castaño de Indias en la Alhambra de Granada.

Uno de ellos era un Castaño de Indias, un árbol bellísimo que faltaba en mi jardín. Me pareció que seguía vivo, le hinqué la uña, vi que seguía verde bajo la corteza, me dio pena que lo tirasen sin darle una oportunidad, lo metí en mi carrito y me dirigí hacia la caja. 

 Flores del Castaño de Indias granadino, Aesculus hippocastanum.

Le dije a la cajera que lo había cogido del contenedor de desechos y que seguramente estaba muerto. Me miró con desconfianza, se fijó en las hojas resecas del arbolito, hizo una mueca extraña frunciendo el ceño, le pasó el escaner, comprobó el precio y me lo cobró. La verdad es que no me importó. Me había empeñado en intentar salvarlo y darle una oportunidad. 

 Otro Aesculus hippocastanum de flores blancas en el jardín de la Iglesia Rusa de la ciudad francesa de Niza.

Amplio paseo del "Jardin des Tuilleries" de París flanqueado por Castaños de Indias.

Bellísimo ejemplar florido de Castaño de Indias híbrido de flores rojas, Aesculus x carnea, en un jardín de París.

En cuanto llegué lo metí en un cubo de agua durante varias horas para que se rehidratase. Mientras tanto le busqué un buen sitio en el jardín donde pudiera crecer a gusto, cavé un buen hoyo y lo sembré. 

 Flores rojas de Aesculus x carnea.

Al cabo de un par de semanas por fin dio señales de vida y brotó vigorosamente. Nunca había visto un brote nuevo de esta especie arbórea y me sorprendió su abundante pilosidad, la cual actúa como un abrigo y protege la brotación primaveral de las peligrosas e impredecibles heladas tardías. 

Así bien calentito no teme al frío. La naturaleza se las sabe todas. No deja nada al azar. Lo tiene todo previsto.

Hace unos días fui a visitar un paciente que tiene un hermoso jardín en la parte trasera de su casa con árboles imponentes. Me acordé de haber visto un Castaño de Indias de flores rojas en otra visita que le hice en mayo pasado y cuando ya me iba le pedí si me podía dar una ramita para probar de hacer un injerto a mi pequeño castaño. Me dijo que cogiera las que quisiera. Con una tenía suficiente. En cuanto llegué a casa, la mojé bajo el grifo, la metí en una bolsa de plástico y la guardé en la nevera. Al día siguiente me la llevé al jardín, preparé mi equipo de injertar y me dispuse a hacer el experimento, un injerto de tipo Ingles con lengüeta en este árbol de los Balcanes que nunca había injertado.

Dividí la ramita en dos partes. La de la imagen es el extremo apical.

Con el cuchillo de injertar corté su base en bisel.

Detalle del corte en bisel.

Luego le hice un segundo corte para crear una lengüeta.

Detalle del corte de la lengüeta.

A continuación hice un corte idéntico en una rama del patrón, es decir, de mi joven Castaño de Indias, de un grosor similar y acoplé o ensamblé los dos cortes, que encajaron perfectamente.

Detalle del ensamblaje, una lengúeta dentro de la otra, como si fueran los dos extremos de un enchufe.

Y así quedó el injerto.

Hace unos meses recibí un correo electrónico de una empresa alemana, Fleischhauer KG, dedicada a la fabricación y venta de material agrícola. Me lo mandaba Helga Beck, la secretaria del jefe, escrito en un perfecto castellano. Algunos de sus productos, Okulette y Flexiband, son cintas de goma para injertar en diferentes diseños.

Cintas de goma Flexiband.

En el email la amable Helga me decía: 

"Estimado señor Mundani (en su página no pone como se llama):

Hemos visitado su página web y estamos impresionados de la belleza de
las variedades que alberga su jardín.

La compañia Fleischhauer fabrica Okulette y Flexiband, precintos para el
injerto en rosales y árboles frutales asi como ornamentales, desde hace
más de 50 años y distribuimos nuestro producto en todo el mundo, etc, etc...

Quiesiera mandarle una cajita de muestras con nuestros productos si está interesado, por supuesto gratuitas. ¿A qué dirección puedo mandarlas?

El señor Fleischhauer quisiera saber si habla inglés...."

Intercambiamos varios correos. Me mosqueé al creer que intentaban venderme algo y le contesté que no me interesaba comprar nada. Helga me aclaró que sólo querían que probase sus productos y que les diera mi opinión. Unos días después recibí una caja con cientos de cintas y otros artilúgios para injertar. Me llegaron en septiembre y hasta ahora no he podido probarlos.

Cinta de Flexiband.

Necesité dos cintas para atar y cerrar herméticamente los cortes del injerto. Hay que enrollar la cinta tirando fuerte para que las superficies de la púa y del patrón contacten perfectamente y se produzca la unión. No hace falta hacerle ningún nudo. Basta con pasar el extremo de la cinta por debajo de la última vuelta.

Aquí podéis ver el otro injerto que le hice aprovechando el extremo proximal de la ramita.

Había visto en internet que un injertador de Marruecos rodeaba sus injertos con film de cocina en lugar de embadurnarlos con mástic de injertar y quise probar el invento.

Con las tijeras de podar partí en dos el rollo de film.

 La verdad es que fue fácil rodear todo el injerto y la púa con el film. De esta manera queda cerrado herméticamente y no puede deshidratarse.

La electricidad estática de este film lo mantiene en su sitio, pero por seguridad, dado el fuerte viento y la lluvia de estos meses invernales, al final lo até con un trocito de rafia verde.

Los dos injertos ya finalizados con el film sujeto con la rafia.

 Y aquí podéis ver mi Castaño de Indias al completo. Mide algo más de dos metros. Cuando florezca dentro de unos años dará flores blancas en las ramas propias y flores rojas en las dos ramas injertadas. Espero que los injertos agarren. En unas semanas lo sabré. Os mantendré informados.



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