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Mi tatarabuela judía conversa Catalina

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Un entrañable recuerdo que me contó mi abuelo

Antes de proseguir con la lectura, recomiendo leer este inciso aclaratorio, dirigido sobretodo a los no mallorquines:

(En Mallorca a los descendientes de los judíos conversos hasta no hace muchos años se les llamaba despectivamente xuetes. Mi tatarabuela era una xueta. Los cristianos viejos de linaje puro evitaban casarse con ellos, aunque su supuesta limpieza de sangre era mentira. Prácticamente no existe ningún mallorquín, cuyos antepasados lleven varias generaciones en la isla, que no tenga algún antepasado moro o  judío. Los apellidos hablan por si solos y la historia también. Hasta el año 1693 estuvieron expuestos en el claustro de la Iglesia de Santo Domingo de Palma de Mallorca un total de 115 sambenitos de judaizantes ajusticiados y/o represaliados por la Santa Inquisición. Cada sambenito se correspondía con un apellido. En dicho año 1693 la Suprema Inquisición de Madrid ordenó la renovación de los 115 sambenitos que estaban muy deteriorados por el paso del tiempo. La Inquisición de Mallorca se opuso a esta medida, sobornada con suculentas cantidades de dinero por los judíos conversos que ansiaban borrar para siempre el estigma que les marcaba. Sus presiones y sobornos lograron su objetivo y cien sambenitos fueron retirados del claustro y destruidos para siempre, cien apellidos que por la fuerza del dinero dejaron de ser considerados xuetes. Sólo se renovaron 15 sambenitos, los que se correspondían con los judaizantes ajusticiados en la hoguera por la Inquisición de Mallorca desde el año 1675 hasta 1693. Los 15 apellidos de estos sambenitos, verdaderos chivos expiatorios de los otros cien, fueron considerados a partir de entonces como únicos linajes xuetes y sus portadores y descendientes sufrieron la persecución y la discriminación despiadada de los demás mallorquines, incluidos los conversos liberados de su sambenito. Para que os hagáis una idea de la magnitud de la infamia, en pleno genocidio de los judíos de Europa a manos del Nazismo, Hitler solició a Franco una lista de los apellidos xuetes de Mallorca para una futura "limpieza" y nuestro Generalísimo se la mandó, incluyendo los 100 apellidos eliminados del claustro de Santo Domingo. Para no herir sensibilidades ni ofender a nadie me abstengo de exponer aquí los 120 apellidos de la infame lista nazi.)


Los padres de Catalina Gual Albons, mi tatarabuela judía conversa de Felanitx, no podían aguantar más, el vaso ya rebosaba. Estaban desesperados. Tanta hambre, tanta miseria y tanto desprecio de sus vecinos de "sangre limpia" les habían llevado a una situación insoportable. En la barriada de Felanitx donde vivían, el gueto de los judíos conversos (Call de xuetes en mallorquín), todos los vecinos lo pasaban muy mal, pero se ayudaban entre ellos compartiendo lo poco que tenían. El padre de Catalina era  colchonero. Se llamaba Joan. Con su mujer María deshacían los colchones sacando la lana de la tela que la contenía, luego la lavaban con lejía de cenizas, la ponían al sol y cuando estaba bien seca, la extendían sobre una gran sábana de hilo de cáñamo y Joan le daba una buena tunda con un palo de acebuche hasta que estaba bien esponjada y mullida. Entonces llenaban la tela con la lana limpia compartiéndola bien por todos los recovecos y cosían el colchón con hilo de algodón blanco. Tres o cuatro días de penoso trabajo por sólo tres reales de vellón y todavía lo encontraban caro los cristianos viejos. Como propina siempre les acababan lanzando el típico insulto racista de "xuetonarros" (el equivalente en Castilla sería “marranos”). Con lágrimas en los ojos Joan reunió a su mujer y a su hija y les dijo: "María, Catalina, tenemos que partir a la aventura a buscarnos el pan lejos del pueblo, no tenemos otra salida. Aquí moriremos de hambre". "Ay Virgencita Santa, qué será de nosotros" - exclamaron ellas llorando desconsoladas.



Con el corazón en un puño recogieron lo poco que tenían, lo cargaron en un carro de rueda llena tirado por un asno viejo y partieron a la aventura sin norte. Pasaron por el vecino pueblo de Porreres pero cuando los porrerenses les escucharon hablar con su típica È del gueto de judíos conversos de Felanitx, diferente a la É de los felanigenses de sangre limpia, supieron enseguida de dónde eran y les mandaron a cribar humo. Se paraban en todos los cortijos que veían, pero nadie les quería dar ni trabajo ni morada. Catalina lloraba perque tenía mucha hambre y sólo llevaban dos docenas de higos secos. Pasaron por Montuiri y tampoco tuvieron suerte. Nadie necesitaba ni jornaleros ni criadas. El día acababa, la oscuridad ya se había hecho la dueña y empezaba a hacer frío. Había allí cerca una encina gigantesca tan alta que bajo su copa cabía un carro. Desguarnecieron el asno, lo ataron a un acebuche con una cuerda larga para que pudiera pacer y llenarse la barriga y ellos extendieron una manta sobre la hojarasca de la encina y se echaron sobre ella con una tristeza inmensa en su corazón y un vacío de hambre espantoso en su vientre que les retorcía las tripas. Se cubrieron con otra manta, se metieron un higo seco en la boca para engañar el hambre y se desearon buenas noches sin cenar.



Catalina se echó de lado y notó que bajo su manta había una piedra, la tocó con la mano y fue una bellota como un huevo de paloma. 

- Madre, he encontrado una bellota bajo la manta. 

- Pruébala y si está amarga no te la comas, que te hará daño

La niña le dio un mordisco y fue más dulce que un azucarillo. Con el hambre que tenían dieron una patada a la manta y a oscuras, tanteando tanteando el suelo, recogieron un almud de bellotas. Ya tenían para cenar. Os aseguro que su dentadura echaba humo. En una exhalación, como quien ve pasar una estrella fugaz, se las zamparon todas y con la barriga bien llena durmieron como lirones.


Al día siguiente al alba se levantaron muy animados, recogieron dos almuds de bellotas dulces para pasar el día y cuando partían vieron a lo lejos un manzano tardío cargado de frutos. 

- Madre, ¿puedo ir a coger media docena de manzanas? 

- Catalineta, las manzanas no son nuestras. Si su dueño nos ve robándoselas podemos tener un disgusto. Somos judíos conversos y pobres, pero no somos ladrones. Recuérdalo siempre. 

- Maria, deja que la niña vaya a buscar unas cuantas para ella, no seas así. - le dijo su marido.

Catalina bajó del carro de un salto y corrió hacia el manzano. Estaba cargado de fruta y las ramas le colgaban hasta el suelo de tanta que llevaba. La niña se acordó de sus padres y para que ellos también pudieran comer arrancó cuatro hojas grandes a una higuera que había allí cerca y con media docena de palitos de brezo seco hizo una cestita. La llenó de manzanas y volvió al carro cantando de contenta.


Me voy a la aventura a correr mundo,
con mi padre, mi madre y un burro viejo.
Soy tan pobre que ni tengo pan duro,
 para llenar mi estómago hambiento,
pero sé hacer cestas bien bonitas,
con cuatro hojas cosidas
y unos palitos secos.



Joan y Maria la miraban y sonreían, pero en su corazón de padres lloraban. "¿Qué será de nuestra hijita cuando nosotros faltemos?" La niña subió al carro y ofreció una manzana a su padre y a su madre acercándoles la cestita. "Probadlas, son un poco aciditas y tienen algún gusano pero a mí se me antojan muy buenas".



Partieron hacia Algaida pensando que aquel pueblo estaba tan lejos de Felanitx que nadie les conocería y tal vez tendrien suerte. Llegaron al hostal de Can Mateu, pararon el carro y Joan bajó para preguntarr a los amos si sabían de algún cortijo donde necesitasen jornaleros o criadas. Justamente había un hombre charlando con el amo que era pariente del dueño del cortijo de Can Merris y cuando escuchó a Joan le dijo: 

- Buen hombre, habéis venido a preguntar a un buen sitio, yo os puedo ayudar. Mi primo de Can Merris ha quedado solo en el mundo. Ayer enterró a su madre y hace tres meses a su padre. Ya tiene tres jornaleros, pero le vendría muy bien una criada que le adecentase la casa.

- ¿Y por donde queda Can Merris?". 

- Id hacia la plaza del pueblo y preguntad allí. Todo el mundo conoce su paradero. 



Joan tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no echarse a llorar, tan grande era la alegría que sentía en su corazón. Dio un abrazo a aquel hombre y otro al amo del hostal y corrió hacia el carro. "Un hombre me ha dicho que en un cortijo necesitan una criada. El amo está solo y no tiene a nadie que le lleve la casa. Vamos enseguida y que el Buen Jesús y la Virgen María nos acompañen en el camino". Maria y Catalina se echaron a llorar de alegría. "Gracias, Purisimita Santa." Al fin tenían una esperanza para escapar del hambre y la miseria.


- Buenos días nos dé Dios, buen hombre, ¿sois el amo de Can Merris?

- Buenos días. Si, por él me tengo.

- Nos han dicho que necesitáis una criada. 

- Y tanto que la necesito. Ayer enterré a mi madre y ahora estoy solo en el mundo. ¿Acaso buscáis trabajo?

- Para esto hemos venido. Nos gustaría trabajar, yo de jornalero y mi mujer y la niña de criadas, si a vos os parece bien.

- Ya lo creo, bien del todo, no podíais llegar en mejor momento. ¿Y la niña que es soltera? 

- Si, bien soltera es ella. 

- Yo también soy soltero y todo el mundo me dice que me case, que me busque a una mujer que me cuide y me haga compañía. 

- La niña sólo tiene trece años, pero si tenéis un poco de paciencia y a ella le parece bien, dentro de un año os podréis casar. 

- Me dáis una alegría. ¿Y cómo se llama, si se puede saber y no es demasiado preguntar?

- Le pusimos Catalina al bautizarla, como mi difunta madre en paz descanse.



A Catalineta aquel jovenzuelo diez años mayor que ella le cayó bien, le entró por el ojo derecho. Le parecía un sueño de príncipes y princesas convertirse en la señora de Can Merris, una judía conversa que no tenía donde caerse muerta, casada con el dueño de un gran cortijo. Sonaba bien. A su padre también le cayó bien Monserrate de Can Merris y más cuando supo que su apellido era Oliver. Todo el mundo en Mallorca conoce el dicho: "Oliver, xueta vertader." Así se conservaba la raza, pero Joan no se lo dijo a Monserrate para no ofenderle, pues precisamente el sambenito Oliver fue uno de los que fueron eliminados del claustro de Santo Domingo.



La casa era tan grande que hubo sitio para todos. No hizo falta que durmieran en el pajar. Maria y Catalineta enseguida se pusieron a adecentar la casa, luego prepararon un excelente guiso con dos pichones y antes de acostarse limpiaron la artesa, echaron en ella medio saquito de harina, agua y un poco de levadura, amasaron bien la mezcla y les salieron media docena de panes que dejaron leudar toda la noche tapados con una manta. Al alba Joan y Maria se levantaron, se lavaron la cara con agua fresca, llenaron el horno con haces de leña de almendro, le prendieron fuego y cuando las paredes y el techo del horno estuvieron bien blancos, metieron los panes. Una hora después sacaron el primero bien tostado que desprendía un aroma exquisito y Catalina lo llevó al amo para que desayunase. A Monserrate le gustó tanto aquel detalle que abrió el cajón de un cantarano, sacó una sortija de oro con piedras preciosas de su difunta madre y se la puso a Catalina en un dedo de su mano derecha diciendo: "A partir de ahora tú eres la señora de Can Merris."



Fueron un matrimonio bien avenido y tuvieron un hijo, Macià, que murió muy joven de tuberculosis y tres hijas, Margalida, Maria y Catalina. La más pequeña, Catalina Oliver Gual, que como tercera hija llevaba el nombre de su madre, fue la madre de mi abuelo de Can Menut, el padre de mi madre, que también se llama Catalina como su bisabuela judía conversa de Felanitx.
 
Monserrate de Can Merris murió en 1913 cuando tenía cincuenta años y su mujer felanigense, la niña judía conversa que pasó tanta hambre, vivió ochenta años y tuvo tiempo de conocer a sus nietos y también de enterrar a su tercera hija Catalina, mi bisabuela, que murió del sarampión con cuarenta años, sólo veinte días después que su hijo Monserrate, que antes de morir a los dieciseis años contagió el sarampión a su madre. Da escalofríos pensar en el drama que vivió la familia.





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