Su reproducción por estacas enraizadas ha mantenido intacto su genoma a lo largo de los siglos
Cuando la vi tan imponente, tan sana, tan vigorosa, tan feliz, con aquellas brevas negras tan grandes y aquellas hojas tan verdes de casi dos palmos de anchura, no pude resistir el deseo de acercarme a ella para verla mejor. Brillaba un sol africano cegador y soplaba una agradable brisa con aroma a mar que venía del cercano Océano Atlántico que se encontraba a sólo diez pasos. La habían sembrado en medio de un jardín rectangular del Paseo Marítimo de Puerto de la Cruz en Tenerife como un árbol ornamental más. Bien regada, a sus anchas y sin la competencia cercana de otros árboles, ya no podía ser más feliz en aquel paraíso. Me moría de ganas de encontrarle una breva madura para probarla.
Breva de higuera Blava cogida del árbol el dia 19 de junio. Esta variedad de higuera es bífera, produce dos cosechas de frutos. Las brevas son alargadas y bastante grandes.
Pulpa muy oscura de la breva anterior.
Higos de la segunda cosecha con su típica asimetría, más panzudos hacia uno de los lados.
Los higos son uno de mis frutos predilectos. Me acostumbraron a su sabor desde muy pequeño y siempre me han gustado. Recuerdo con mucho cariño como mi abuela paterna Margalida componía las brevas en un canasto bien forrado por dentro con hojas de higuera con sus manitas deformadas por la artrosis, cubiertas por mangotes postizos para no volverse morena, comuna decía ella (vulgar, campesina, de clase inferior) y para evitar las gotas de látex de la higuera que le quemaban la piel. Estaba sorda como una tapia y era la bondad hecha mujer. Me quería con delirio y yo a ella. Siempre que los nietos íbamos a verla nos preparaba en la sartén unas galletas de manteca y azúcar absolutamente deliciosas. Era una artista para conseguir que cupieran muchas brevas en el canasto. Aprovechaba hasta el último rinconcito y con ellas dibujaba una espiral de brevas que era todo un espectáculo.
Ostíolo de los higos anteriores. Fijaos en la negritud intensa de la piel que bajo los rayos del sol se ve azulada. Despues de hacerles esta foto, me las comí todas con la piel incluida. Por si no lo sabéis, justo debajo de la piel hay una altísima concentración de vitaminas y antioxidantes anticancerígenos. Si los higos no han sido fumigados con pesticidas, se pueden comer tranquilamente sin pelar, tal cual, a mordiscos.
Se me han humedecido los ojos recordando aquellos momentos tan entrañables de mi infancia. Yo tendría entonces 8 ó 9 años. Recuerdo que me sentaba sobre un bloque de arenisca que había delante de la casita de aperos de la finca. A media mañana la abuela me daba la merienda: dos rebanadas de pan moreno con una rodaja de sobrasada vieja. Yo la observaba como hechizado sin perder ningún detalle de todo cuanto hacía con sus manos de artista. Las brevas eran para vender a un mercader del pueblo que con las primeras luces del alba las llevaba al mercado del Olivar de Palma y en un santiamén se las quitaban de las manos. Me imagino a los palmesanos que al ver aquellas brevas tan hermosas y tan bien compuestas no podían resistir la tentación de comprarle una docena. La superficie del bloque de arenisca me picaba en los muslos. Hace 50 años los pantalones de verano de los niños eran tan cortos que dejaban los muslos totalmente descubiertos. Me levanté, puse un saco de esparto sobre el bloque y vaya diferencia. Entonces si que daba gusto estar sentado junto a mi abuela.
Es muy llamativa la asimetría de los higos de la variedad Blava. Si os fijáis, madura primero la panza y después la espalda. La pulpa es muy dulce y jugosa y la piel muy fina.
Solíamos coger seis o siete canastos que cargábamos en el carro tirado por Margarita, una burrita de raza mallorquina, menuda, mansa y muy peluda. El abuelo, que también me quería con delirio, a veces me daba las riendas y me la dejaba conducir. Ella se sabía de memoria el camino, pero yo en mi inocencia creía que la hacía ir por donde yo quería y me sentía poderoso. Margarita murió dos años después que el abuelo de pura tristeza. Tenía 25 años. Yo la quería mucho pero en aquellos años estaba estudiando en Barcelona y no podía sacarla a pasear. Un dia mi madre me llamó para decirme que la había encontrado muerta en el establo. Sentí una puñalada en el corazón. El recuerdo de aquel animalito tan dulce formará parte de mi vida para siempre. A ella también le gustaban mucho los higos.
Como muchos ya sabéis, los higos mediterráneos son polinizados por la avispilla Blastophaga psenes que vive dentro de los higos de las higueras bordes, higueras macho, cabrahigos o cabrahigueras con flores masculinas dentro de los higos de la segunda cosecha llamados prohigos. En las Islas Baleares la mayoría de las higueras cultivadas son hembras partenocárpicas. Son capaces de madurar los higos sin necesidad de ser fecundadas, pero, si son visitadas por la avispilla con su cuerpo impregnado de polen procedente de las flores masculinas de un cabrahigo, entonces las flores femeninas partenocárpicas quedan polinizadas y fecundadas y los higos tienen muchas semillas amarillas mezcladas con la pulpa. Éstas son las responsables del delicioso bouquet a almendras o a avellanas tostadas que sentimos dentro de la boca cuando comemos un higo y chafamos las semillas entre los dientes.
En California estaban desesperados por conseguir higos como los nuestros. Las higueras llevadas allí por los colonizadores españoles producían higos y maduraban bien, pero no contenían semillas y eran muy sosos, sin alma, sin bouquet. Entonces descubrieron el secreto y vinieron a buscar semillas de higuera, las sembraron y de ellas nacieron cabrahigos, semicabrahigos, higueras femeninas partenocárpicas e higueras femeninas perfectas de tipo Esmirna. Ya tenían el árbol silvestre, la cabrahiguera ancestral, pero les faltaba la avispilla. Se subieron de nuevo a un avión y vinieron a buscar ramas de cabrahiguera mediterránea con la esperanza de que dentro de los higos sin madurar habría avispillas. Y efectivamente, las había. Ahora cuidan más a los cabrahigos que a las higueras y sus higos tienen por fin alma y bouquet a almendras tostadas.
Así pues, como os iba diciendo, tras inspeccionar rama por rama aquella vigorosa higuera canaria de Tenerife logré encontrarle dos brevas maduras. Era a medianos del mes de mayo. Me las comí, mejor dicho, las devoré con dos mordiscos y se me antojaron deliciosas, como un bombón. ¿Y qué creéis que me vino entonces a la cabeza? Pues arrancarle una ramitta, mojarla bien con el agua del grifo de la habitación del hotel, meterla en una bolsa de plástico y acomodarla entre la ropa dentro de la maleta. Cuando llegué a Mallorca el mismo día la sembré en una maceta, me agarró enseguida y un año después la trasplanté al huerto. Ahora es una higuera preciosa de casi cinco metros de altura y otros tantos de anchura y cada año me da una buena cosecha de brevas y otra de higos tardíos.
En California estaban desesperados por conseguir higos como los nuestros. Las higueras llevadas allí por los colonizadores españoles producían higos y maduraban bien, pero no contenían semillas y eran muy sosos, sin alma, sin bouquet. Entonces descubrieron el secreto y vinieron a buscar semillas de higuera, las sembraron y de ellas nacieron cabrahigos, semicabrahigos, higueras femeninas partenocárpicas e higueras femeninas perfectas de tipo Esmirna. Ya tenían el árbol silvestre, la cabrahiguera ancestral, pero les faltaba la avispilla. Se subieron de nuevo a un avión y vinieron a buscar ramas de cabrahiguera mediterránea con la esperanza de que dentro de los higos sin madurar habría avispillas. Y efectivamente, las había. Ahora cuidan más a los cabrahigos que a las higueras y sus higos tienen por fin alma y bouquet a almendras tostadas.
Así pues, como os iba diciendo, tras inspeccionar rama por rama aquella vigorosa higuera canaria de Tenerife logré encontrarle dos brevas maduras. Era a medianos del mes de mayo. Me las comí, mejor dicho, las devoré con dos mordiscos y se me antojaron deliciosas, como un bombón. ¿Y qué creéis que me vino entonces a la cabeza? Pues arrancarle una ramitta, mojarla bien con el agua del grifo de la habitación del hotel, meterla en una bolsa de plástico y acomodarla entre la ropa dentro de la maleta. Cuando llegué a Mallorca el mismo día la sembré en una maceta, me agarró enseguida y un año después la trasplanté al huerto. Ahora es una higuera preciosa de casi cinco metros de altura y otros tantos de anchura y cada año me da una buena cosecha de brevas y otra de higos tardíos.
Aquí tenéis el motivo por el que le dieron su nombre. Cuando el sol del mediodía ilumina el higo, su piel brilla con un color azul-grisáceo muy llamativo. Por este detalle los mallorquines de hace 5 siglos la bautizaron con el nombre de Blava (Azul).
Seguramente os preguntareis cómo puñetas logré saber el nombre de esta variedad. La respuesta ya no puede ser más sencilla. Me lo dijo mi madre nada más ver los primeros higos. Los reconoció enseguida. Yo no había sido capaz de darles un nombre. Creía que era una higuera canaria o norteafricana y resulta que es bien mallorquina. Los colonizadores mallorquines, que fueron a repoblar las Islas Canarias tras el genocidio de los guanches hace ahora más de 500 años, se llevaron ramas de higueras mallorquinas. Una de ellas era de la antiquísima variedad Blava. Medio milenio después yo hice lo mismo al revés y ahora tengo una preciosa higuera Blava, la más sana y vigorosa de mi huerto-jardín.